Vermouth – Vermu

Este vino blanco macerado y aromatizado con hierbas y endulzado con mistelas y almíbar, cuenta con un origen tan misterioso como deseable. Hay quien lo atribuye al mismísimo Hipócrates, allá por el año 460 antes de nuestra era, sabio y médico que encontró en esta espirituosa bebida un eficaz remedio para la enfermedad de la melancolía. Cicerón y Plinio nos cuentan en sus escritos que en los dorados años del imperio romano era una bebida muy apreciada.

El hermano bueno del ajenjo

Sin embargo el nacimiento de su nombre hay que buscarlo en las frías tierras del norte, más en concreto en las alemanas, ya que vermú proviene del «wermouth» germano, que es como llaman allí a la planta del ajenjo.
¡Ay el ajenjo! Esa peligrosa y narcótica plantita conocida por sus acérrimos consumidores como el «hada verde», y que causó estragos en la época romántica por sus efectos potentes y demoledores.
Sí, ese mismo ajenjo que hacía correr a mil la sangre por las venas, ese que inspiraba las pesadillas narrativas de Poe y los poemas del atormentado Baudelaire, ese del que las malas lenguas decían que era una droga tan fuerte como el por aquel también de moda opio…
Ese mismo ajenjo se doma y doblega ante el amor del vermú, nuestro tierno vermú, regalando únicamente sus virtudes a pequeños traguitos, siempre en pequeñas dosis, que no hay que asustarse,para aportale ese toque amargo que hace tan interesante a nuestro aperitivo favorito.
A la corte francesa no le terminó de convencer lo de la doble uve del «wermouth», demasiado germánico, suponemos, así que lo rebautizó como vermouth.
También conocido en tierras galas como «Vin d´honneu», vino de honor, se puso entonces de moda en Francia como aperitivo de lujo, costumbre ésta, la de tomarlo como digestivo antes de las comidas, que se ha conservado fielmente hasta nuestra época.
Seco, Dulce, Blanco o Rojo
De todas las maneras podemos encontrarlo, así de generoso es nuestro amigo. Elaborado a partir de vinos blancos de calidad en infusión de ciertos vegetales triturados o con añadidos de otras esencias y hierbas aromáticas, como la genciana, manzanilla, ruibarbo o la vainilla y el caramelo, sabe darnos lo que necesitamos en cada momento, más o menos dulce, siempre pausado.
Así, depende de su carácter azucarado el encontrarnos ante un vermú seco (también conocido como dry, que ya nos vamos dando cuenta lo que le gusta al vermú lo de cambiar de nombres y esencias), o dulce, en cuya ocasión podremos a su vez escoger entre el blanco o el rojo, bianco o rosso, como dirían en Italia.

Con don de lenguas

¿Y porqué darnos a la palabra italiana? Porque a ellos se debe mucha de la gloria del vermú, sobre todo a Turín, madre adoptiva y capital mundial de nuestro protagonista, donde nacen los vermús mas conocidos y prestigiosos.
Mujeres bellas, ligereza en las ropas y una copa de vermú, fueron parte indispensable del imaginario español desde que en los años 60 se relajaran las normas y empezaran a llegarnos las formas del exterior. Después llegaría el hombre del traje negro y los labios más «sexis» de la publicidad para abrir, y nunca mejor dicho, el apetito. Que las cosas, por suerte, cambian, se modernizan, y ya se empieza a pensar en la mujer al tratar la publicidad de bebidas alcohólicas.
¡Ah! Italia, el «dolce far niente» delante de una copa de vermú…
Aunque, si hemos de ser sinceros, si aún deja la frase sin terminar por aquí o por allá, y así lanza al aire un «y el vermú….» habrá más de un coro que grite ¡de Reus!
Pero no hay que olvidar el alma internacional de esta aperitiva bebida. Mil y un cócteles se han elaborado con su toque, maestro, sabio y amargo.
Entre ellos reluce con la luz propia del Nueva York más glorioso, el Manhattan. Mítico Manhattan que protagonizó las barras más «chic» de bares y hoteles americanos, inmortalizado por el genio Woody Allen, símbolo de la Ley Seca que encubría el alcohol con juegos de sabores y hierbas.
Curioso es el origen de este cóctel, recubierto de una leyenda muy propia del sueño norteamericano.
Así se cuenta que fue la madre de Wiston Churchill, Jennie Jerome, una neoyorquina de sangre india, quien inventó el Manhattan, una mezcla insuperable de 3/5 de whisky canadiense o americano, 2/5 de vermut rojo y una gota de angostura.

El Dry Martini del maestro Buñuel

Allen, Churchill…no fueron, ni mucho menos, los únicos a los que se relaciona con el amigo vermut. Sin ir más lejos, el enigmático Luis Buñuel era un adorador del Dry Martini, hasta tal punto que nos dejó, junto a sus obras, maestras de la cinematografía, la receta de su cóctel favorito. A saber:
«En un bar, para inducir y mantener el ensueño, hay que tomar gin inglés. Mi bebida preferida es el Dry Martini. Dado el papel primordial que ha desempeñado el Dry Martini en esta vida que estoy contando, debo consagrarle una o dos páginas (…)
Básicamente se compone de gin y unas gotas de vermouth, preferentemente «Noilly-Prat».
Permítaseme dar mi fórmula personal, fruto de larga experiencia, con la que siempre obtengo un éxito bastante halagüeño. Pongo en la heladera todo lo necesario, copas, ginebra y coctelera, la víspera del día en que espero invitados. Tengo un termómetro que me permite comprobar que el hielo está a unos 20º bajo cero. Al día siguiente, cuando llegan los amigos, saco todo lo que necesito. Primeramente, sobre el hielo bien duro echo unas gotas de vermouth y media cucharadita de angostura, lo agito bien y tiro el líquido, conservando únicamente el hielo que ha quedado, levemente perfumado por los dos ingredientes. Sobre ese hielo vierto el gin puro, agito y sirvo. Esto es todo y resulta insuperable».
Un cóctel con ganas de viajar, de ser la estrella del celuloide y la heroína de nuestros aperitivos, de la aceituna y la gamba a la plancha.
Una estarlet de las de antes, con ese glamour de los años 50 que la hace, como dijo el propio Buñuel, insuperable, tanto con la bata «guatiné» de una taberna a eso de la hora del almuerzo, como en el lamé dorado de una selecta coctelería.