El Payaso Tito

Tito trabajaba en un circo que recorría pueblos y ciudades del interior del país.

El Payaso Tito por Ale Ramírez

Trabajaba desde muy chico en el circo. Desde tan chico, que desde que tiene memoria, siempre estuvo allí.
Tito no tiene mamá ni papá, pero la gente del circo siempre fueron su familia. Los payasos, los malabaristas, el mago, la damisela, los acróbatas, los equilibristas, el presentador –siempre de esmoquin negro-, y los animales, todos fueron los que lo acompañaron en su infancia, niñez y adolescencia.
Todos ellos compartieron los diferentes momentos de su vida, alegrándose con las cosas buenas y entristeciéndose cuando ocurrían cosas malas.
Tito con los demás empleados del circo, se encargaba de armar la carpa cuando llegaban a una ciudad. Preparaba la comida de los animales, ayudaba a cepillar a los leones, cebaba mate, limpiaba los instrumentos de la banda de música, en definitiva, hacía de todo.

Y como siempre estuvo en el circo, conocía todo lo que ocurría ahí. Cuando comenzaba la función, Tito estaba alerta al costado de la pista, viendo que todo saliera bien. Y si algo pasaba, él era el primero en intentar solucionarlo.
Si el león estaba enojado, Tito era el que le hacía mimos en la cabeza para que se pusiera bien.
Si al mago no le salía un truco, Tito estaba allí mirando como un espectador, pidiéndole que lo repita tantas veces sea necesario hasta que le saliera como correspondía.
Si a los malabaristas se le caía alguna clava, rápidamente Tito se la alcanzaba, para que el público no se diera cuenta del error.
Tito siempre estaba ahí, atento, paradito al costado de la pista.
Y cuando llegaba el gran final, cuando uno por uno desfilaban alrededor de la pista, Tito orgulloso miraba las caras de los niños que demostraban su alegría aplaudiendo a más no poder, gritando «Viva» «Viva».
Todo era esplendor, todo era mágico, todo era el circo.
Luego de las funciones, había que ordenar las cosas, arreglar las gradas, limpiar la pista, darle de comer a los animales e irse a descansar, porque al día siguiente tenían otra función.
Y así transcurrían los días de Tito viviendo en el circo. Recorriendo el país de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo.
Y a pesar de que Tito era feliz, siempre sentía en su corazón, la necesidad de saber quiénes eran su papá y su mamá.
Y cuando le preguntaba a la gente del circo, nadie sabía bien quienes eran. Algunos comentaban que sus padres habían sido «gente de circo», pero ninguno le decía con certeza como se llamaban y que había ocurrido con ellos.
En uno de los tantos viajes, un día estaban llegando al pueblo de Cachi, en la hermosa provincia de Salta.
En la mañana bien temprana, comenzaron a armar la carpa, como habitualmente lo hacían apenas llegaban a una ciudad.
Alrededor de las 10 de la mañana, Tito dejaba de trabajar, y se ponía a cebar mate con todos los trabajadores, como para descansar unos minutos.
Estaban en esa rueda de mate, cuando desde su carromato, sale el presentador del espectáculo, con cara de preocupación.
Se sienta en la rueda de mate y murmura: «Estamos en el horno. Estamos en el horno».
Todos con cara de sorpresa lo miraban mientras tomaba el mate agarrándolo con las dos manos, como estrujándolo.
«Qué pasa» preguntó Tito, que era el más antiguo de todos.
El presentador chupó dos o tres veces la bombilla del mate hasta el final, haciendo bien fuerte el ruidito de que no hay más y dijo: «El payaso está enfermo. Para la función de mañana a la noche, no tenemos payaso. ¡Qué vamos a hacer!».
Todos se miraban y ninguno atinaba a comentar algo.
¡Qué lío! ¡Que desastre!
Tito, no sabía cómo consolar al presentador, mientras cebaba un mate más, cuando de la nada, el mago dijo: ¿Y si Tito es el payaso para la función de mañana?
¡Que! dijo Tito parándose en su lugar.
«Ni loco» atinó a comentar.
«Yo tengo mucha vergüenza. Me asusta estar en el medio de la pista rodeados de niños queriendo ver que hago. Tengo mucho miedo» sentenció intentando que no se hable más del tema.
Y del tema no se habló más por ese momento, pero el presentador le pidió que lo pensara mejor.
Llegó la noche.
Tito estaba como un león enjaulado, yendo y viniendo nervioso, por la propuesta o, mejor dicho, por el pedido que le había realizado el presentador.
Estaba dándole de beber al león, cuando desde la oscuridad, apareció el boletero. Una persona muy mayor, con edad de ser el abuelo de cualquiera de nosotros.
Don Aurelio, así se llamaba el boletero, se acercó a Tito y le dijo: «Tito. Nunca me preguntaste que sabía yo de tus padres. Yo tengo una foto de ellos. ¿Querés verla?»
«Sí» dijo Tito entre sorprendido y ansioso.
Y Don Aurelio sacó una foto muy ajada y gastada por el tiempo, donde se veía a un payaso y una trapecista, frente a la entrada de un famoso circo europeo.
«Estos son tu papá y tu mamá» dijo el anciano, dejando caer unas lágrimas de sus ojos.
«¡Cómo! ¿Trabajaban en un circo? ¿Papá era un payaso y mamá una trapecista? preguntaba Tito sabiendo las respuestas luego de haber visto las imágenes de la foto.
«Si. Y fueron muy famosos. Tu papá fue el mejor payaso de Europa, y tu mamá una trapecista con extremada destreza» sentenció Don Aurelio.
«Te regalo la foto. Para que la tengas siempre con vos» dijo el anciano, yéndose hacia su carromato.
Tito no podía dormir. Daba vueltas en su cama, con la foto en una de sus manos.
Que noche extraña. Le habían pedido que fuera el payaso en la función del día siguiente. Y la habían entregado una foto de sus papás.
¿Qué haría? ¿Qué decisión tomaría?
Salió fuera de su carromato, caminando en la oscuridad rumbo a la jaula de los leones, cuando de repente escucha entre las jaulas, al elefante que le chista.
«chis, chis» se oía desde la jaula.
Tito se acerca, y el elefante le dice: «Yo conocí a tu papá. Fue el mejor payaso de la historia. Y hasta ahora, no hubo ninguno como él».
Sin creer lo que le estaba ocurriendo, lo siguió escuchando.
«Sé que te pidieron que seas el payaso mañana. No lo dudes. Vos sabés lo que debes hacer. Salí a la pista e intenta ser el mejor payaso» dijo el elefante mientras comía unos maníes.
«Pero si no me sale. Si no me acuerdo la rutina. Si me tropiezo y me caigo» decía Tito preocupado.
«Tranquilo» dijo el elefante. «Vas a ver que todo va a salir bien. Siempre recorda, que tu papá, el primer día que fue payaso tenía tantos o más temores que vos» dijo con voz paternal.
«Si estás convencido y lo hacés con ganas, esas ganas que vienen desde lo más profundo de tu corazón, todo saldrá bien» dijo el elefante, tomando otro maní con su trompa, llevándoselo a su boca.
«En la vida hay que hacer lo que te toque hacer. Y si lo hacés con ganas, con alegría, con profesionalismo, verás que todo sale de maravilla» dijo el elefante, ya bostezando por ser tan tarde.
Función de la noche, del día siguiente.
El circo repleto de familias con muchos, muchos chicos.
El presentador en medio de la pista, con su esmoquin negro –como siempre-, se dirije al público.
«Señoras y Señores, niñas y niños, es un placer presentar a El Payaso Tito».
Y Tito, metió la foto de sus papás en uno de los bolsillos grandotes, que tienen los payasos en su pantalón y salió a la pista a hacer su rutina, sus gracias.
Los aplausos y las risas de los niños coronaban cada movimiento de Tito.
El Payaso Tito fue un éxito fenomenal.
Y así comenzó su carrera como payaso.
Por una casualidad.
Por una foto entregada en el mejor momento.
Por un elefante sabio.
Y Tito comprendió, que muchas veces no tan sólo es bueno hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace.
Y ese día, descubrió, que hace exactamente lo que más quiere.
Que es SER PAYASO.
Igual, igual igual, que su papá.

Autor: Alejandro Ramírez

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