Extraordinario de Ale Ramírez

Estoy en mi auto, yendo hacia mi trabajo.
Una vez más y como ocurre casi todos los días, me encuentro parado en medio de un embotellamiento fabuloso.

Ya sea por un piquete, o porque hay mucha gente que va a sus trabajos en el mismo horario, o porque hubo un accidente, o porque la gente no maneja muy bien, pero una vez más, estoy parado en el medio de miles de autos, que también se encuentran parados.
Y tratando de tomármelo con ánimo diferente, comienzo a pensar en eso.
Que estas situaciones me ocurren todos los días de mi vida.
Salvo los sábados y domingos.
Y cuando pienso en mis días, veo que algunos son repeticiones casi automáticas de los hechos.
Con pequeños cambios, pero son muy similares.
Y esto te debe ocurrir a vos también.
Sea como sea tu vida, tu trabajo, tus estudios, tus obligaciones.
Sin considerar, que algunos pensarán que lo que hacen, es más importante que lo que hacen otros, a casi todos nos ocurre algo similar.
Las responsabilidades e importancias de lo que cada uno hace, serán relativas en este relato.
Estoy seguro que un médico, un electricista, un peón de campo, un abogado, un niño de colegio, una maestra, un mozo de bar, una azafata y quién fuere, vive sus días con unas repeticiones de hechos, que son habituales.
No vamos a describir un día típico de cada uno, porque exactamente, cada uno, sabemos cómo es.
Lo que, si debemos hacer, es tratar de ponernos a pensar en ello.
Porque en la habitualidad de los días, terminamos viendo los diferentes hechos y acontecimientos, con total naturalidad.
Nos parece “normal” que nos ocurran.
Es normal que no ande el ascensor del edificio.
Es habitual que el café del bar, no lo traigan tan caliente.
Es normal que en el subte viajemos más apretados que lo que corresponde.
Es habitual, levantarse y lavarse los dientes.
Es normal, los lunes, llegar sin ganas a nuestro a trabajo.
Es habitual almorzar con los compañeros del laburo.
Y así podríamos hacer una enumeración infinita de acontecimientos que muchos vivimos cada día.
Y para nosotros, es re normal que ocurran.
Y en el marco de esta normalidad, vemos que hemos perdido muchas cosas.
Espontaneidad: pensamos mil veces que vamos a hacer o decir, porque no sabemos cómo reaccionará quien nos escuche o nos vea.
Inocencia: la hemos perdido hace tiempo, descreyendo de todo. Quién no ha escuchado alguna vez la frase: “Yo ya vi todo”.
Sorpresa: creemos saber todo, y nada nos sorprende. Hasta lo peor que nos pueda ocurrir.
Confianza: desconfiamos de todos y de todo. “Este me va a cagar seguro” decimos enfáticamente ante la presencia de alguien que recién conocemos y nos quiere vender algo.
Amor: nos cuesta brindarlo y nos cerramos a quienes se acercan desinteresadamente a dárnoslo.
Alegría: no podemos andar por la vida demostrando estar alegres, porque surge la pregunta: “Y a este que le pasa que está tan alegre”.
Felicidad: creemos que no la tenemos. Nos pasamos días, meses y años, dilucidando, analizando y discutiendo que es la Felicidad.
Dejamos de probar cosas nuevas: tememos al ridículo, o que no podamos hacerlo o tememos tan solo, a la posibilidad de probar algo nuevo o que nunca habíamos hecho.
Y así, un montón de cosas más.
Muchos me dirán que son las consecuencias de la edad y el paso de los años, que nos llevan a ser como somos.
Que todo eso que acabamos de decir, ocurre porque estamos más maduros, porque la vida moderna es así, por las responsabilidades, por esto, por aquello, por lo otro.
Pero, en definitiva, vamos automatizándonos, con los hechos cotidianos, sin darle más importancia, que la que tienen en esa habitualidad loca.
Y a veces, nos damos cuenta, de la importancia de lo que hacemos todos los días, cuando por alguna circunstancia, no lo podemos hacer.
Por ejemplo.
Si vamos caminando a la estación del tren, para ir a nuestro trabajo, y el día anterior tenemos un esguince de tobillo, no vamos a poder ir caminando.
Ahí nos damos cuenta, de lo importante que era poder caminar.
Si utilizamos nuestra voz para trabajar, y por algún motivo, amanecemos disfónicos, ahí nos damos cuenta de lo importante de poder tener voz y poder hablar.
Si nos íbamos de vacaciones a una hermosa playa lejana, y justo el día anterior tenemos fiebre como comienzo de un estado gripal, no podremos hacer el viaje.
Perdimos nuestra buena salud,
“Uno se da cuenta de lo que tiene, cuando le falta” decía sabiamente mi abuela.
Y en algunos casos, nos damos cuenta de esto, con algún golpe violento que nos da la vida.
El poder disfrutar a nuestros abuelos, padres, hermanos, amigos.
El pasar tiempo con ellos.
El poder charlar, comer, divertirnos, discutir, reírnos a carcajadas.
Lo valoramos, cuando ya no lo podemos hacer.
Y habitualmente es, por la presencia de la “parca” que hace su trabajo.
Y lamentablemente, es demasiado eficiente en su tarea.
Paro mi auto a un costado de la calle.
El embotellamiento continúa.
Me bajo del auto.
Me enciendo un cigarrillo, y miro hacia las hermosas nubes blancas de ese cielo demasiado azul violáceo, y pienso
Que todos debemos obligarnos a cambiar nuestra forma de pensar.
Que debemos considerar a los hechos cotidianos, habituales y normales, como acontecimientos maravillosamente extraordinarios.
Si cada vez que nos ocurre algo, conscientemente pensamos así, verán como va cambiando nuestra forma de vivir.
Al hacerme un té, huelo el saquito y disfruto el aroma que surge del golpe del agua en el fondo de la tasa.
Al tomar un vino, huelo en el interior de la copa, metiendo mi nariz, lo más profundo que pueda.
Al encender la ducha, y esperar que salga el agua caliente, disfruto poner las manos debajo del chorro, esperando como lentamente cambia la temperatura.
Al abrazar a algún amigo, me fundo en el calorcito tierno de dicho abrazo.
Al besar a la persona amada, intento que mis labios se impregnen de los latidos de ese dulce corazón.
Al ver sonreír a mis hijos, trato de grabar esa sonrisa, en lo más profundo de mi ser.
Y recordarla, cada vez que puedo.
Y seguro, vos debes estar pensando, en infinidad de momentos, que, de ahora en más, quisieras vivir, de una forma diferente.
Acordate.
“Está en nosotros, transformar los hechos cotidianos y habituales, en maravillosos acontecimientos extraordinarios”.
Espero, puedas lograrlo.
Pongo todas mis fichas en vos.
Estoy convencido, que podrás hacerlo.
Y el haber leído o escuchado, este relato, es un hecho verdaderamente Extraordinario.

De Ale Ramirez