Las botas de potro

Este es uno de los temas que Raúl Oscar Finucci trata en su libro «Todos somos gauchos», escrito para aquellos que saben de que se trata la tradición gaucha argentina y mostrándoles un mundo y una historia diferente a quienes no han abordado la temática.

El dibujo que acompaña la nota, ha sido pedido por el autor a Adolfo Artagaveytia, ilustrador oriental.

Si bien es famosa la frase que dice “No es pa´cualquiera la bota e´potro”, no debe ser tampoco para cualquiera, el tener un estudio pormenorizado de su origen, de su obtención, uso y comentarios.

Los autores que se refirieron a esta pilcha son Roberto Lehmann Nitsche, Martiniano Leguizamón, Fernando Assunçao y los viajeros que se llegaron en el Siglo XIX al Río de la Plata. No perdamos de vista, que es una prenda usada por la mayoría de las culturas antiguas, recordemos las “cáligas” romanas, acordonadas al frente.

Hecha esta salvedad, sabrá el lector, de donde se ha compilado la información que brindaremos en la forma más amena posible y para su mejor comprensión.

La bota de potro es ese calzado entero, que vemos, la mayoría de las veces, con la punta cortada para que asomen los dedos. Es de color natural-amarillento y está presente en los desfiles tradicionales y en los concursos de aperos, cuando las formas y la época a que pertenece el recado lo ameritan, y en los montadores (de jineteadas) que cada fin de semana arriesgan su vida sobre el lomo de un bagual que se abalanza como para cortar el aire con las manos.

Digamos entonces que “en antes”, estas botas se obtenían de las extremidades posteriores de las burras, potros, terneras, vacas y yeguas, y a veces, se hacían con cuero de gato montés, o con las patas traseras de un puma o del yaguareté. Consignamos este dato por haberlo encontrado en distintos textos o documentos, pero no me cabe duda de que estas variantes felinas de la bota, serían para gente de pies chicos o para un niño, a menos que se cosiera en trozos.

Si bien recibimos la bota de potro como una herencia más de los españoles, calzados similares utilizaron los hebreos, medos, troyanos, griegos antiguos, etruscos, romanos, galorromanos, escritas, francos de la época de los carolingios, escandinavos, alemanes, franceses, suizos, ingleses, escoceses, irlandeses, polacos, griegos del siglo XVI, italianos, y nosotros, porque la introdujeron en América los conquistadores. Seguramente fueron gauchos cautivos o matreros que se refugiaban en los toldos, los que enseñaron el uso de la bota de potro al indio.

Pero a pesar de las variantes de cueros disponibles, las de vaca fueron las más usadas, y luego las de potros. Tanto era el daño que se hacía matando un animal para sacarle nada más que las botas y desperdiciando carne y cuero, que se llegó a prohibir su uso. Félix de Azara escribe en 1801: “prohibieron usen los campestres las indecentes botas, que hoy hacen sacando entero el cuero de las piernas de las vacas y yeguas, matando para eso 30.000 reses anuales, perdiéndose su procreo y el cuero”.

El Cabildo permitió luego el uso de las de potro, botas que se le sacaban más a las yeguas por el desprecio que el gaucho le tenía.

Recordemos que cuando nos referimos al gaucho, en aquellos años, estamos situados en la Pampa Húmeda, lugar de su origen.

Obtención de la bota de potro

Este  verdadero tubo de cuero con codo, se saca de las extremidades posteriores del animal muerto.

Se hacen dos cortes transversales, uno en el muslo lo más arriba posible, el otro en la pierna, poco más arriba del pichico. Se lo quita tironeándolo y dándole vuelta de arriba abajo. Así tendremos ambos tubos sacados, con el pelo hacia adentro. Se lo moja y se le quitan a cuchillo todos los restos del tejido subcutáneo. Esto se llama “descarne”.

Luego se devuelta el cuero dejando el pelo hacia fuera y se lo lonjea para sacarle el pelo, que era como se usaba mayormente.

Después viene la tarea de “amolde” que se hará sobre las mismas piernas del usuario que serán previamente engrasadas para que se deslice el cuero. Cuando el talón se calza en el codo que formara el talón del animal, se le hacen un par de agujeros a la punta de la bota y se le pasa un tiento para ajustarla y que tome la forma adecuada.

Hay que tener cuidado porque no debe secarse el cuero en la pierna del hombre, la contracción podría causarle serios daños. Luego de repetir esta operación varias veces hay que sobar y macetear la bota, que son dos procedimientos que sirven para ablandar el cuero y dejarlo en condiciones de uso. De allí viene el refrán: “Flojo como bota bien sobada”.

Fuente: https://eltradicional.com.ar/contenidos/la-bota-de-potro