Una Estrella de Ale Ramírez

Me gusta caminar por la playa.
A veces camino y camino.
Mucho, muchísimo.

Los habitués o compañeros de mate de esos lugares, suelen preguntar: ¿Cuánto caminaste? ¿Cuánto tiempo? ¿Sabes qué cantidad de kilómetros caminaste?
¡Qué sé yo!
Camino porque me gusta, porque me hace bien, porque me siento feliz.
No para realizar una maratón de panzones, en búsqueda de cambiar esa característica física o buscar el reconocimiento innecesario de los preguntones del lugar.
Pero hoy caminé mucho.
Era el atardecer.
El sol se iba metiendo en el horizonte, con un tamaño fabuloso, haciéndome creer, que, si me apuraba, podría llegar a tocarlo.
Apuro mi paso, en búsqueda de ese extraño objetivo.
Cada vez más grande, cada vez más rojo, cada vez más lejos.
Siendo una brasa encendida, se acaba de meter, allá, en el fondo.
Bien lejos, dejando coloreado el cielo con tonalidades amarillas, rojas, violáceas, azules y naranjas.
Ya es de noche.
Yo sigo caminando.
Luego del sol, viene la obscuridad casi absoluta.
Apareciendo un manto de ciento de miles de estrellas.
Grandes, medianas y chiquitas.
Muy chiquitas.
Paro mi andar rítmico y me quedo mirando ese maravilloso cielo estrellado, viendo la infinidad de estrellas de todos los colores, todas resplandecientes.
Por un momento, recuerdo alguna noche en un campo de un amigo de mi padre, en la localidad de Santa Rosa, provincia de La Pampa.
Esas noches, nos tirábamos panza arriba en el jardín de la casona de su campo, y nos quedábamos a mirar, cielos maravillosamente estrellados.
Y la característica de este lugar, es que, por cada vez que hacíamos esto, veíamos caer, muchas estrellas fugaces, que cruzaban el cielo a una velocidad increíble, dibujando una estela en su andar.
Y era un instante, quizás, tan sólo uno o dos segundos.
Y había que pedir un deseo.
Al menos esto me decía mi madre, si tenías la oportunidad de ver, justo, justo, como esa estrella recorría el camino de su destino, por ese cielo estrellado.
Me paré en esa playa, a mirar ese cielo.
Pensando que quizás, podía llegar a tener la oportunidad de ver, alguna estrella fugaz.
Cuando de repente, siento detrás de mí, un sonido impactante de color amarillo.
Con un resplandor, que iluminaba mi espalda, generando una luz tan fuerte, que podía ver mi sombra en la arena.
Temeroso de darme vuelta y descubrir que era lo que generaba esa luz, trato de girar lentamente, mi cabeza, para mirar por sobre mis hombros.
Y allí veo, una estrella, clavada con una de sus puntas en la arena, sin poder moverse.
Era una estrella que tenía más o menos un tamaño así de grande.
Miré hacia arriba, y todavía había quedado la estela marcada en el cielo, como cuando pasan esos aviones, que dejan el camino de su andar en los cielos de cualquier día.
¡Ups! ¡Qué raro!
Haciendo un esfuerzo no muy fuerte, la levanto y la cargo sobre mis hombros, tratando de llevarla a mi vehículo, estacionado bastante lejos de allí.
La llevo como si nada.
Cómo quien lleva algo, que al comienzo es difícil, pero que luego pasa a ser algo sostenible, llevable, hasta cómodo.
Voy por la ruta, con esa estrella, cargaba en mi camioneta, dejando salir alguna de sus puntas por alguna de las ventanillas del vehículo.
Y me pongo a recordar.
Cuando era niño adolescente, recuerdo haber tenido la pérdida de uno de mis abuelos.
En pleno desconsuelo generalizado de mi familia, mi madre, buscando tratar de consolar mi dolor e incomprensión de lo ocurrido, me dijo: “El abuelo se fue al cielo. Hoy es una de esas estrellas que ves allí. Elegí una. Esa estrella, es tu abuelo”.
Y esto me dio cierta tranquilidad infantil, adolescente, joven.
Creyendo que entendía lo que significaba y representaba la muerte.
Y pensando de esta forma, tenía una oportunidad de mitigar mi dolor.
A partir de ese momento, ante la pérdida de un ser querido, siempre he tratado de pensar en eso, a pesar de que mucha gente considere este argumento como fantasioso e insostenible.
Y esta estrella que cayó, ahí, detrás de mí, era una estrella de alguien.
Quizás una madre que murió joven por alguna triste enfermedad, dejando a sus niños solos en este mundo.
Quizás una abuela, dejando a una familia, extrañándola en su todo, hasta las maravillosas milanesas con papas fritas de los domingos.
Quizás un hombre, dejando a una esposa enamorada, siendo esta muerte, demasiado rápida en esa relación.
Quizás un hijo, que se fue, rompiendo con todo el sentido de la vida y la muerte. Sin considerar que los hijos no deberían morirse antes que los padres.
No sé.
Esa estrella, alguien es.
Y la tengo guardada en mi casa.
Sé que, en algún momento, cuando entre en la habitación donde hoy habita, no la encontraré.
Cuando se sienta mejor, se irá, a ocupar su lugar en ese cielo plagado de miles de millones de estrellas.
Se también, que esa estrella quedó clavada en la arena, porque quiso acercarse a sus seres queridos, y se acercó tanto, que se cayó.
No es mi estrella.
No parece ser de nadie conocido.
Pero hoy, la cuido, tratando que encuentre a quienes busca.
Ya sabés.
Si alguna estrella que tenías en el cielo, hace tiempo que no ves, llámame.
Quizás, sea la que tengo en mi casa.

De Ale Ramirez