Perdido de Ale Ramírez

Cuando se tiene oportunidad de estar en una playa de Sudamérica, suele ocurrir, casi con bastante habitualidad, que la gente espontáneamente, se ponga a aplaudir, y a mirar de un lado hacia el otro, como buscando algo.

Esto significa, que se ha perdido un niño o una persona.
Existen dos casos diferentes.
La situación que él perdido, pide asistencia a alguien diciéndole que está perdido, que no encuentra a sus parientes, o a la gente con quién vino a la playa.
Por lo general, son niños pequeños, que se han desorientado, y no encuentran a sus progenitores.
Y el otro caso, es cuando los padres descubren que no encuentran a algunos de sus hijos.
Ambos casos son angustiantes.
Pero en el segundo, es peor.
Porque cuando el perdido enciende la alerta, mucha gente tratará de encontrar a los padres, dándole cierta tranquilidad, de que esto ocurrirá.
Pero cuando los padres se dan cuenta de que no encuentran a la criatura, la desesperación, desconsuelo y temor, es extremo.
Llegándose a pensar, lo peor.
Desde que se lo llevaron, para ser vendido en algún mercado negro, que lo han raptado para sacarle los órganos, o para vaya saber qué cosa.
Y cuando ocurrió esto del aplauso espontáneo en una playa donde estaba vacacionando, me hizo reflexionar sobre el tema: “estar perdido”.
¿Cuántas veces nos sentimos perdidos en el transcurso de nuestras vidas?
Y no hablo de pérdidas materiales, ni de personas que se alejan, o familiares o amigos que fallecen.
Hablo de sentirse perdido.
Como cuando no entendemos cual es el sentido de nuestra vida.
Cuando no encontramos el camino de nuestro destino.
Cuando intentamos hacer algo, y no nos sale como pensábamos.
Cuando tratamos de querer a alguien, y no nos es correspondido.
El estar perdido, es una sensación inmensa y detonante.
Como decía antes, la desazón de la persona que piensa que perdió a su hijo, es tan fuerte e inconmensurable, como la que siente el niño perdido.
Y cuando nos sentimos perdidos, tenemos temor.
Y el temor paraliza, nublando nuestros pensamientos.
Y la mente comienza a hacer de las suyas.
Contándonos, que todo nos saldrá mal.
Que nada hay para hacer.
Que hay muchas chances de que todo termine negativamente, etc, etc.
Yo estuve perdido muchas veces.
Y me sentí como ese niño de la playa.
Y en algunas oportunidades, sentí el aplaudir de la gente que me quiere, tratando de que me encuentre.
Sentí el amor de aquellos que están cerca, que sin hacer nada más que acompañarme, me dieron el apoyo, para volver a encontrarme.
Y ese acompañamiento, es más fuerte que el mayor de los aplausos en una calurosa playa.
Y que lindo es, cuando uno se encuentra.
Es como el abrazo de ese niño, con su madre desesperada, que termina encontrándolo.
Como el beso de ese padre, que desconsolado, encuentra a su hija, que viene montada en los hombros, de algún bañista bien intencionado.
Es la emoción del reencuentro.
Es la alegría de estar nuevamente.
Es la felicidad de poder ser uno mismo.
No es lindo estar perdido, pero, que maravillosa sensación, es poder encontrarse.

De Ale Ramírez