Mirar hacia arriba

Voy por la calle de mi barrio paseando a mi perro.
Todavía aquí se puede llevarlo libre, sin correa ni bozal, cuestión de que el can disfrute del paseo a pleno.
Al pasar por una casa que está en refacción, veo apoyada una escalera, que ocupa bastante de la vereda por donde voy.

Miro hacia arriba, para ver si no se puede caer algo en mi cabeza, e igual, paso por fuera de la escalera, por cuestiones de cábalas, quizás absurdas o creencias de otros tiempos.
Y cuando miro hacia arriba, veo un cielo azul con olor a rosas.
Muy diáfano, sin nubes.
Un azul que es tan azul que se hace verde alegría.
Y eso me hace reflexionar sobre porque y cuando, automáticamente miramos hacia arriba.
Cuando pensamos en alguien que se fue del plano terrenal.
Cuando pensamos en algo que pueda ayudarnos.
Cuando pedimos algo.
Cuando extrañamos a alguien que ya no está.
Cuando agradecemos algo,
Cuando hablamos con Dios.
Nuestras miradas se clavan en el cielo.
Unimos nuestras manos, y las llevamos a la altura de nuestra boca, y allí elevamos nuestra mirada a ese cielo infinito.
Sea de día o sea de noche.
Estemos al aire libre o dentro de una habitación.
En esos momentos, ese cielo representa lo mejor que nos pueda pasar.
Es nuestro hogar.
Es nuestro amor,
Es el abrigo de mamá.
Es el calentito del abrazo de quién queremos.
Yo creo en Dios.
Y a él agradezco todas las mañanas, el poder amanecer.
No importan las cosas buenas o los problemas que me toquen vivir.
Las enfermedades, las tristezas, las pérdidas, las ganadas, los supuestos éxitos, las alegrías.
Todos los días, agradezco el poder amanecer y tener un día más de vida.
Y en la actualidad, cuando busco a Dios, no miro más al cielo.
Porque lo encontré en lugares diferentes, hermosos, fabulosos.
Cuando miro en mi interior, lo veo allí, cuidándome, dándome cariño y diciéndome que soy su preferido.
Lo veo cuando miro esa rosa, no tan rosa, que lucha por abrir su hermosura al sol del mediodía.
Está en esa sonrisa de la niña de la esquina, que nos ve pasar, mientras juega al elástico con su hermanita.
Está en los recuerdos de mis padres, abuelos y hermanos.
Lo veo en el llanto de los cachorros, que quieren llegar a la teta de su madre, y les cuesta.
¡Cómo les cuesta!
Está en el andar cansino y lento, del abuelo de la otra cuadra, que rememora cuando jugaba al fútbol con sus nietos.
Está en el ruido húmedo de aquel riacho, que cruzamos agarrados de la mano.
Está en esos ojos, que miran y ven, lo lindo de la vida.
En todos lados está nuestro creador.
Y me encanta pensar en ello.
Como me gustaría saber lo que estás pensando vos, en este momento.
Porque seguro estás viéndolo en otros lugares, en otras situaciones, en otros sentimientos.
Mañana saldré nuevamente a pasear a mi perro.
Y pasaré por debajo de la escalera, sin mirar hacia arriba.
No tengo miedo.
Porque el Señor está conmigo.
Nada malo podrá pasarme.
Espero puedas sentir algo parecido.
Porque es un sentimiento, maravillosamente lindo.

De Ale Ramirez