El último beso de Ale Ramírez

Estábamos compartiendo una maravillosa cena.
En un muy lindo restaurante en el centro Porteño de Buenos Aires.
Éramos unas 8 personas.

Las edades de los comensales, en promedio, unos 50 años y “un poco más”.
Pero estaba la hija de una de mis sobrinas, con sus resplandecientes 14 añitos.
Lógicamente, una adolescente que le costaba participar en las charlas de la mesa.
Un poco por vergüenza, otro tanto porque ellos creen que no pueden decir nada, quizás por pensar, que lo que se habla es tema de mayores y mucho, por ser una adolescente.
Y como para hacerla participar de alguna charla, se me ocurrió preguntar a todos los que estábamos sentados a la mesa, ¿Cuál es la comida que más les gusta?
Comenzó un pequeño y divertido debate.
Estaban los que querían hablar de comidas sanas.
Otros les daba lo mismo.
Y para mí, que me gusta comer, dije que me encantaban las empanadas, las milanesas con papas fritas y una buena pizza de fugazzeta con jamón.
Pero claro, muchos, igual que yo, decían dos o tres comidas diferentes, como las cosas que más les gustan comer.
Para disminuir las posibilidades de dar varias respuestas, subí la complejidad de la pregunta.
Si fuera la última comida de tu vida, ¿Cuál sería?
Y aquí se complicó el tema.
Porque es bastante difícil poder definir tan sólo una comida, como la última.
Al día siguiente, continué pensando sobre este tema.
Pero modifiqué la idea en otro sentido.
Si fuera el final de tu vida, segundos antes de tú definitiva exhalación, ¿A quién le darías el último beso?
Y cuando hago esta pregunta, en principio, la gente se incomoda.
Porque la respuesta, habitualmente, no es la sincera, sino la que es, socialmente correcta.
Si te hiciera esa pregunta a vos, que estas leyendo o escuchando este relato.
¿Cuál sería tu primera y espontanea respuesta?
Y la mente comienza a desarrollar todo tipo de definiciones, a ensayar respuestas que no ofendan a nadie.
Perdemos la espontaneidad del primer innato sentimiento.
Nuestro corazón, nuestro instinto, nuestro subconsciente, nos dice algo, pero nuestra mente, nos indica lo contrario.
Esto es muy humano.
Pensamos y pensamos, tratando de no llegar a ofender a alguien, ya sea porque lo nombramos, o porque no lo elegimos, o porque omitimos decir su nombre.
Alguien me diría: “Ramirez, eso se llama ser empático”.
Es verdad.
Pero yo debo ponerme en mi lugar.
Y sentir lo que quiera o pueda sentir en el momento de escuchar esa pregunta.
Respuestas, las hay tantas como las personas a las cuales se lo preguntes.
Nombrarán a algún amigo, a sus hijos, a sus parejas, a sus padres, a algún hermano, a una mascota, y hasta pueden llegar a decir, alguna cosa inanimada.
Pero la pregunta llega a lo más profundo de nuestro ser, perforando las neuronas de nuestra mente.
Habitualmente, son preguntas incómodas, que preferimos no escuchar y menos, pensar en sus repuestas.
Porque nos ponen en situaciones complicadas, sacándonos de nuestra conocida y tan vapuleadas, zona de confort.
Cuando me hice la pregunta, automáticamente tuve mi respuesta.
Fue espontanea.
Sin pensar con mi mente.
Me la dictó mi corazón.
Quizás, nos sea lo que muchos esperan escuchar.
Quizás, para otras personas, no sea socialmente la mejor.
Pero es lo que yo sentí.
Yo tengo mi respuesta.
Y no la cambiaré.
Al menos, por ahora.
Y vos.
Si estuvieras en las postrimerías de tu vida, y tan sólo pudieras dar un último beso.
¿A quién se lo darías?
La respuesta es tuya.
Muy propia.
Animate.
Tan solo será para vos.

Por Ale Ramirez