El Lago de Ale Ramírez

Tarde calurosa de un día de un frío invierno.
El sol no termina de entender en que época del año estamos.
O quizás sí.

Estoy sentado en un banco frente al lago.
Me acompaño con mi mate y mi termo.
Hoy el agua está mejor que de costumbre y el mate sabe distinto.
Miro y miro ese lago extenso. Tanto que no puedo divisar la otra orilla.
Algún pájaro pasa volando, sin prestar atención a mi presencia.
Otros revolotean cerca de mí, jugando entre ellos, ignorándome totalmente.
Vuelvo a cebar el mate, despacio, como queriendo que esa tarde dure más de lo habitual.
Miro a mi alrededor, y no veo a nadie.
Estoy solo yo, conmigo mismo, el cielo, el sol, el lago y esos pájaros alocados que continúan persiguiéndose en un juego muy parecido a la Mancha que jugábamos cuando éramos niños.
De repente y sin darme cuenta, veo a un niño sentado en la otra punta del banco donde me encuentro.
Un niño más o menos de una edad, de niño.
Pelo castaño, no muy alto.
Al menos eso parece al verlo sentado.
Tiene las manos apoyadas sobre sus rodillas.
También él, clava su mirada a la lejanía del agua de ese lago tan inmenso.
No me habla.
Yo no le hablo.
El silencio es coloradamente atronador.
Pero escucho sus pensamientos.
Habla de su barrio, recorrido de hermosos recuerdos.
De la pelota de fútbol, de los vecinos de su casa, de sus amigos fraternos, de su mamá y de su papá, de sus hermanos.
Del almacén de la esquina, de la cortada que era el patio de juegos de todos los del barrio.
Del ir y venir al colegio sólo, caminado con su portafolio en una de sus manos.
De la leche de la tarde, acompañada con alguna vainilla y de mucho amor de su mamá.
De la sonrisa eterna de su abuela, que sabía cómo consolar cualquier dolor, tristeza o angustia.
Veo sus problemas, sus tristezas, sus dolores.
El amor no correspondido, la novia que no fue, el dolor de perder a quien uno quiere.
La ida, demasiado temprana, de su mamá, y luego de su papá.
Las enfermedades que fueron minando su salud, con momentos de soledad, angustia, tristeza y desazón.
La congoja de los momentos tristes por la pérdida de las cosas importantes de la vida.
La quiebra de su espíritu, ante situaciones, que es mejor no recordar.
Cebo nuevamente mi mate, más lento que la vez anterior.
Miro al niño, que continúa con sus ojos clavados en vaya saber que horizonte.
No me mira y yo dejo de mirarlo.
Pero siento sus pensamientos.
Veo la alegría de vivir con su familia.
De los paseos, con su perro llamado Capataz.
Del juego compartido con sus compañeros del colegio.
Del primer beso, a aquella dulce niña, que se atrevió a intentar conquistar, con la entrega de 3 Sugus de color azul.
Cuando descubrió el sexo y la posibilidad de transformarlo en amor.
La alegría de viajar.
Recorrer el mundo.
Conocer gente nueva, otras culturas, otras vidas.
De hacer lo que quisiera, sin que nadie intente decirle que es lo que puede hacer o no.
La satisfacción de haber encontrado el amor verdadero, genuino, sin tapujos, ni bemoles.
Ese amor que se torna inquebrantable, difícil de romper.
De haber formado una familia.
De tener infinidad de amigos.
De amar y haber sido amado.
De haber podido dejar recuerdos en todos aquellos que lo conocieron.
De lograr ser genuinamente él, con todo lo que eso conlleva.
De ser un buen tipo.
Un buen amigo.
Una buena persona.
Y esto me hace pensar, que este niño, quizás no tenga la edad de un niño.
Quizás sea mucho más grande de lo que yo creía.
Vuelvo a mirarlo, y ya no está.
Se fue como llegó.
Sin que me diera cuenta.
El sol se cansó de hacer su trabajo.
El invierno muestra su poder y me hace notar, su presencia.
Guardo el termo y el mate, en mi matera.
Miro por última vez ese banco.
Trato de encontrar la otra orilla de ese extenso lago.
Pero no la veo.
Y comienzo a caminar rumbo hacia algún lado.
No volví a ver ese niño.
No volví a ese lago.
Nunca más volví a ver, esos pájaros enloquecidos jugando a la mancha.
Pero si, continúo sintiendo los pensamientos de ese chico.
Los cuales me acompañan todos los días de mi vida.
Se que, en otro momento de mi existencia, me volveré a encontrar con él.
No sé porque, pero creo, que será en el último suspiro de mi vida.
¿Quién es ese niño?
Creo, tener la respuesta.

Por Ale Ramírez