Confianza por Ale Ramírez

Media tarde en la ciudad de Buenos Aires.
El sol continúa su pelea con las nubes que intentan opacarlo desde esta mañana.
Afuera con temperaturas bajas, la gente va y viene apurada.

Por Ale Ramírez

Adentro, el calorcito de hogar, me abraza fraternalmente y me hace sentir cómodo y relajado.
Caliento el agua para tomar unos mates y de repente, siento una necesidad irrefrenable de escribir.
Hace mucho tiempo que no me pasaba tener una sensación tan fuerte y tan linda.
Apuro la hechura del mate y voy raudamente hacia mi escritorio, sentándome frente al teclado de la computadora.
Cebo el primer mate, y mientras el agua cae mojando suavemente la yerba, recuerdo abruptamente las palabras que me dijo, no hace mucho tiempo, una querida amiga.
“Ahora me cuesta mucho confiar en alguien”.
Frase lapidaria, cargada de desilusión, tristeza y desánimo.
¿Y qué es la confianza?
Lógicamente, fui a la fuente, y en el diccionario de la lengua española, encuentro la definición estricta de la palabra.
Confianza: “Esperanza firme que se tiene de alguien o algo. Ánimo, aliento, vigor para obrar. Seguridad que alguien tiene en sí mismo”.
Absorbo fuerte la bombilla, para el final del primer mate, y pienso en estas definiciones, instalándose en mi cabeza: “la esperanza que se tiene en alguien o en algo”.
El tener confianza en uno mismo, en alguien o en algo, es uno de los sentimientos más lindo que nos puede tocar vivir.
El ser confiado es diferente. Porque podemos equivocarnos mucho, teniendo una confianza desmedida en nosotros mismos.
Pero confiar en alguien o algo, es verdaderamente maravilloso.
Rememorando mi infancia, recuerdo hechos que muestran lo que es tener confianza.
La primera sensación, es cuando estamos en brazos de nuestra madre, que arropándonos y abrazándonos, nos mira con ternura, trasluciendo ese sentimiento de que, con ella, nada nos puede pasar. Podemos tener confianza que así será.
Siendo un poco más grande, la confianza de las primeras veces aprendiendo a andar en bicicleta, cuando nuestros padres corren exhaustos al lado nuestro e intentando de que no nos caigamos, nos dicen: “Dale, pedalea, no te vas a caer, tené confianza en mí´.
O el primer día en el jardín de infantes, cuando nuestra madre nos deja en la salita verde, y entre acongojados e inseguros, nos besa en la mejilla y nos dice: “vas a estar bien, vas a jugar, conocer amiguitos y la vas a pasar bien”.
Y nosotros, tenemos plena confianza en lo que nos dice. Cómo no tenerla, nos lo dice mamá.
Y así transcurren los primeros años de nuestra vida.
Aprendiendo a tener confianza. Habitualmente ocurre con la gente que nos quiere y que nosotros queremos.
Pero en el transcurso de la vida, aparece la desconfianza.
Sensación totalmente contraria a la anterior. Esto genera tristeza, dolor, desánimo y una rara sensación de vulnerabilidad.
Y lamentablemente, en el transcurso de nuestra existencia, tendremos muchos hechos de desconfianza.
Y a medida que nos ocurren, nos destrozan nuestra esperanza, nos hacen demasiado vulnerables, sintiéndonos “el peor del barrio”.
Bajamos la guardia interna de nuestro ego y levantamos una coraza de acero, ante la posibilidad de volver a confiar en alguien.
Y ambas cosas nos hacen sentir mal.
Cuando nos ocurre algo que nos genera perder la confianza en alguien o algo, es muy difícil poder entregarse plenamente a confiar de nuevo.
No queremos perder más.
No queremos que nos lastimen.
No queremos volver a sentir esas feas sensaciones que irrumpen en nuestro ser, cuando la desilusión acecha nuestro corazón.
Pero la vida es todo esto y más.
Y como dice el dicho: “Es una de cal y una de arena”.
Y por cada una de cal, tendremos dos o más de arena.
La vida es un largo camino que debemos recorrer. En lo posible con la frente en alto, los ojos bien abiertos y el alma pura cargada de amor para dar y recibir.
Cuando nos sentimos traicionados, nos duele y mucho. Y la maldita desconfianza nos acecha, tratando de amargarnos más de la cuenta.
Pero como somos fuertes, y tenemos sentimientos sanos e inteligencia de corazón, sabremos encontrar el camino para poder salir de ese atolladero mental y de sentires.
Muchas veces confié y me sentí espectacularmente bien.
Pleno, alegre, exultante.
Otras, me defraudaron y mucho.
Generándome un intenso dolor en lo más profundo de mi corazón.
Pero nunca dejé de intentarlo.
Ni dejaré de hacerlo.
Voy a confiar.
Estoy confiando en vos
Verdaderamente, vale la pena.

Ale Ramírez