Enfermedades oculares en equinos: la úlcera corneal

El ojo del caballo es especialmente susceptible a sufrir daños, normalmente de origen traumático, debido a su gran tamaño y prominencia, y al medio ambiente en el que viven los animales.

La córnea es la región más afectada por este tipo de lesiones, que pueden llegar a convertirse en verdaderas enfermedades, llegando incluso a las porciones más internas del globo ocular. Una úlcera corneal puede suponer un importante riesgo para la visión del animal, y un tratamiento rápido, efectivo y en muchos casos agresivo, es lo único que puede ayudarnos a preservarla, sin quitar importancia al bienestar del animal, ni a la apariencia cosmética del ojo. Es imperativo, en el caso de las úlceras corneales, que éstas sean diagnosticadas y que el tratamiento apropiado sea instaurado tan pronto como sea posible.

La córnea y conjuntiva del caballo son un importante hábitat para gran cantidad de microorganismos, que aún pudiendo ser algunos de ellos patógenos, viven en condiciones saprofitas, manteniendo entre ellos el equilibrio necesario para no causar daño ocular.

El epitelio corneal del caballo es una barrera formidable ante la invasión de tales agentes, y sólo el daño sobre la superficie corneal o la alteración de los mecanismos de defensa del ojo son la causa de que dicho equilibrio se altere y se predisponga a la infección.

Del mismo modo que la córnea intacta del caballo es una barrera ante los microorganismos, cuando esta sufre agresión se convierte en una superficie fácil de colonizar por éstos, siendo incluso sus propios mecanismos de defensa los que facilitan, en cierta medida, tal infección. Se produce una cascada de reacciones que provocan la propia destrucción de la córnea, tanto por parte de los microorganismos, como por parte de las propias células de defensa, que conllevan a la instauración de un ciclo vicioso sobre el que es difícil actuar. Por ello, la pronta instauración de un tratamiento efectivo es decisiva para salvar la visión, e incluso la integridad del globo ocular.

Diagnóstico

Como en cualquier otro caso, el diagnóstico de una úlcera corneal debe hacerse con base en la historia y los signos clínicos. Las manifestaciones más frecuentes son blefarospasmo, lagrimeo, que puede ir acompañado de descarga mucosa o muco-purulenta, y edema cornal u opacidad corneal. En estos casos, la duración de los signos clínicos y los tratamientos instaurados previamente son importantes factores a tener en cuenta a la hora de establecer el diagnóstico, tratamiento y pronóstico de la enfermedad. La agudeza o cronicidad del proceso, junto con la severidad de la lesión, podrían aproximarnos al conocimiento de la etiología. Por otro lado, el uso incorrecto o prolongado de antibióticos puede acrecentar aun más el desequilibrio en la flora conjuntival, causando el predominio de las bacterias u hongos causantes de la infección.

Hay que señalar a este respecto que el tratamiento de un traumatismo corneal con corticoides retrasa la cicatrización, potencia la destrucción corneal y predispone el desarrollo de bacterias y hongos, inhibiendo la respuesta inmune de la córnea. Por lo que su uso está contraindicado, mientras exista la mínima posibilidad de úlcera corneal.

Exploración

Para la exploración del ojo es necesario, en la mayoría de los casos, emplear una combinación de agentes sedantes y analgésicos. Normalmente, estos procesos son muy dolorosos y es muy frecuente que se deba recurrir al bloqueo mediante anestesia local de los nervios auriculopalpebral y supraorbitario, para poder manipular los párpados del animal. El uso de la anestesia tópica sobre la córnea puede ser requerida en los casos en los que se precise realizar un raspado profundo de la misma, aunque su empleo será discutido posteriormente.

La cantidad de luz es fundamental a la hora de la exploración. Debe valorarse no sólo la zona lesionada, sino el área periocular y las estructuras anejas al globo. Irregularidades en los párpados, que provoquen el roce de la córnea o su incompleto cierre, o la presencia de pelos ectópicos, pueden ser los causantes de la úlcera. En estos casos, es necesario actuar sobre la causa para remediar el problema.

La superficie conjuntival también debe ser explorada, ya que no es infrecuente que se alojen cuerpos extraños, sobre todo de tipo vegetal, en la cara interna del tercer párpado. Por otro lado, valorar la calidad de la descarga ocular puede ser interesante y de ayuda para determinar el grado de contaminación de la úlcera. Así, nos podemos encontrar desde un simple lagrimeo debido al intenso dolor, hasta una considerable descarga muco-purulenta por una importante contaminación y degradación de la córnea.

A la hora de valorar el daño corneal hay que atender a la localización, profundidad y aspecto de los bordes de la úlcera, al grado de edema corneal y a la vascularización. En algunos casos, la lesión es tan severa que podremos apreciarla a simple vista, pero en otros será necesario aplicar fluoresceína, aconsejablemente en tiras, sobre la córnea para comprobar la existencia de lesión corneal. Valorar la úlcera, en los casos que sea posible, previo a la administración de fluoresceína es importante, pero en cualquier caso el uso de fluoresceína está aconsejado para obtener una idea exacta de la superficie afectada.

El aspecto de los bordes de la úlcera es de gran ayuda a la hora de entender el curso que ha seguido esta y, a partir de ese momento, su posible evolución. Unos bordes netos nos indican la ausencia de infección, sin embargo la presencia de unos bordes irregulares, de color amarillo-grisáceo, nos informan que existe contaminación. La extensión y profundidad de la úlcera nos son indicativas del daño que se ha producido. Sin embargo, la vascularización corneal nos indica mejor que la profundidad de la lesión el curso del proceso, ya que para que la córnea se vascularice necesita un determinado tiempo, mientras que la progresión del daño puede ser más o menos intensa, dependiendo de la velocidad de actuación del microorganismo al que nos enfrentemos.

El edema corneal es muy manifiesto cuando nos encontramos ante una lesión severa, que afecta a las capas más profundas de la córnea. Todos estos procesos, que se van desarrollando sobre la córnea, contribuyen a desencadenar la cascada de factores que señalábamos al comienzo y que contribuían a mantener activo el proceso ulceroso.

Ante una úlcera corneal es fundamental valorar la presencia de signos de uveítis, como miosis, hifema, hipopion y sinequias, que nos pueden indicar el grado de afección ocular. En el caballo, cualquier tipo de úlcera corneal promueve a que se desarrolle una uveítis, cuyos signos pueden ser más o menos manifiestos dependiendo de la severidad de la lesión.

Tratamiento

Antes de establecer el tratamiento, con base en los datos obtenidos mediante la exploración, sería muy aconsejable, en cualquier caso, realizar la toma de muestras de la superficie ulcerada y hacer un cultivo o antibiograma, que nos permita establecer con mayor seguridad el agente causante del proceso. Para ello, se recomienda el uso de torundas estériles, humedecidas con suero fisiológico, ya que facilitan la adhesión de los microorganismos. Debe tomarse de la periferia de la lesión cuando se quiera obtener una muestra de bacterias, o del centro cuando se piense en una posible contaminación por hongos. En este caso, es necesario una mayor profundización y agresividad a la hora de tomar la muestra. Está desaconsejado en ambas situaciones el empleo de anestesia tópica cuando la muestra sea destinada a un cultivo, ya que ésta podría inhibir el crecimiento de algunos de los microorganismos que podrían verse envueltos en el proceso.

En muchos casos es necesario hacer un raspado más agresivo con espátulas o con la parte no cortante del bisturí, para llegar a obtener una muestra capaz de dar unos resultados positivos ante un cultivo o antibiograma. La citología puede ser un método complementario o alternativo al cultivo, ya que permite, sobre todo en el caso de los hongos, cuyo crecimiento en medios de cultivo puede provocar falsos negativos, determinar de forma rápida el agente agresor. Ésta nos puede dar una aproximación al agente causal y, por tanto, servir de gran ayuda a la hora de establecer un tratamiento transitorio adecuado, antes de obtener los resultados definitivos del antibiograma y cultivo. La terapia inicial puede basarse, por tanto, en la historia, la clínica y los resultados de la citología.

Casos leves y graves

Ante úlceras de poca profundidad (aquellas que consisten en defectos del epitelio) y no complicadas con un proceso infeccioso, se debe instaurar una rápido tratamiento antibiótico de cobertura, para evitar la contaminación y prevenir el desarrollo de infección. Normalmente se emplean antibióticos de amplio espectro, como la polimixina-neomicina B. Úlceras más complicadas requieren el empleo de antibióticos específicos. La tobramicina, gentamicina, cloranfenicol y ciprofloxacino son los antibióticos de elección ante procesos más complicados y su uso debe quedar restringido a situaciones necesarias, a fin de evitar resistencias bacterianas.

Como antifúngicos se emplea el miconazol. Su uso es recomendado ante tratamientos largos con antibióticos en regiones húmedas, donde el crecimiento de estos esté favorecido.

El uso de atropina 1% también está indicado en los procesos corneales, ya que relaja la musculatura ciliar, elimina el dolor, y promueve además una midriasis preventiva, ante las posibles sinequias que se pudieran producir como consecuencia de la uveítis refleja.
Como decíamos anteriormente, es fácil que una lesión corneal se complique con una uveítis y sus posibles consecuencias. En tales casos, la atropina 1% puede no ser suficiente para controlar los signos de la inflamación, y cuando es intensa hay que recurrir, además, al empleo sistémico de AINEs, como la fenilbutazona o el flumixin meglumine.

En los casos de úlceras complicadas, están indicados el EDTA, la acetilcisteina o el suero autólogo, así como la combinación de estos, para prevenir la acción de degradación de la córnea por parte de las enzimas proteolíticas. De estas sustancias, el suero autólogo es la menos irritante, puede conservar sus propiedades hasta 72 horas cuando se mantiene refrigerado.
Limpiar los bordes de úlceras contaminadas con una dilución de povidona-yodada al 1:10 puede ayudar también a la eliminación de microorganismos. Sin embargo, esto debe realizarse de forma cuidadosa y no periódica, para evitar el posible daño sobre el epitelio de nueva formación que cubrirá la úlcera.

Las lentes de colágeno confieren un soporte para la regeneración corneal, favoreciendo la cicatrización. Su uso queda restringido para casos en los que no existan evidencias de importante contaminación microbiana, ya que pueden, en tales casos, favorecer la degeneración corneal.
Ante úlceras profundas con riesgo de perforación, la terapia médica no sirve como única ayuda para la regeneración de la córnea y hay que recurrir a técnicas quirúrgicas como los colgajos conjuntivales, queratoplastias laminares o incluso transplantes corneales completos. El empleo de estas técnicas, sin embargo, se ve muy comprometido cuando nos enfrentamos a una extensa superficie dañada o en avanzado estado de degeneración, siendo entonces muy difícil mantener la vitalidad del nuevo implante.

No hay que olvidar en ningún caso la exploración del otro ojo, ya que no sólo sirve siempre de modelo comparativo, sino que puede manifestar también signos de enfermedad ocular que puedan ayudar al diagnóstico.
Fuente: https://www.ecuestre.es/caballo/mundo-ecuestre/articulo/enfermedades-oculares-la-ulcera-corneal