Estrés, el enemigo en casa…

El  estrés es una respuesta biológica ante determinadas situaciones. Pero, ¿Qué pasa si el estrés es continuado?

El cuerpo humano está compuesto por sistemas”

El sistema nervioso percibe al mundo y le dice, “indica” cómo responder a él… Saltar, correr, comer, llorar, etc; es el encargado de tomar todas las decisiones en fracciones de segundos y crea emociones, pensamientos, recuerdos. Es una máquina que nunca deja de reaccionar”. El cerebro es el centro controlador del cuerpo humano y del Sistema Nervioso, está encargado de cómo reaccionamos a todo, convierte datos en acciones.

Las neuronas son las partes del cerebro que te hacen pensar, decidir, ver, imaginar, sentir, mover, etc. El origen y la regulación del S.N (sistema nervioso), cuyas funciones son esenciales consisten en Recibir Información – Procesar Información – Transmitir Información. Las células que realizan estos procesos se llaman “neuronas” (la neurona es la unidad estructural y funcional del sistema nervioso).

En el ser humano el sistema nervioso está constituido por SNC (Sistema Nervioso Central) y SNP (Sistema Nervioso Periférico).

La función del sistema nervioso autónomo (que significa «automático») es regular automáticamente la fisiología del cuerpo movilizando diversas señales químicas y eléctricas a diferentes partes del cuerpo. Todas estas vastas funciones biológicas que crean el equilibrio interior y la homeostasis están ocurriendo detrás de las escenas de tu conciencia.

Debido a que estas infinitas acciones biológicas no están reguladas por tu mente consciente, tiene sentido que sea tu mente subconsciente (la mente que está debajo de la mente consciente) la que dirige el espectáculo. La multitud de funciones relacionadas con la salud -desde la secreción hormonal, a los niveles de azúcar en la sangre, a la temperatura corporal, a la digestión, a la función inmune, etc.- todas caen bajo el control del sistema nervioso autónomo.

Pero vayamos un paso más allá. Dentro del sistema nervioso autónomo, hay dos ramas distintas diseñadas para proteger el cuerpo: el sistema nervioso simpático y el parasimpático.

El incidente incitante

Cuando surge una condición potencialmente peligrosa o dañina en nuestro mundo exterior, el sistema nervioso simpático nos ayuda a hacer frente a estas amenazas (que percibimos y/o interpretamos a través de nuestros sentidos) movilizando enormes cantidades de energía para correr, luchar o escondernos de la amenaza o peligro inminente.

Se puede pensar en el sistema nervioso simpático como el acelerador, que está diseñado para la aceleración. Este tipo de movilización de energía hace que el cuerpo se mueva fuera de su equilibrio y balance normal para que pueda hacer frente a la amenaza. Todos los organismos utilizan esta adaptación de supervivencia a corto plazo, pero como sabemos ahora, permanecer en este estado elevado somete al cuerpo a estrés y coacción, y con el tiempo esto puede crear enfermedades. Si vivimos en un modo de emergencia constante y movilizamos toda nuestra energía y recursos para nuestro mundo exterior, tiene sentido que el mundo interior de nuestros cuerpos se vea comprometido.

La respuesta

Si el sistema nervioso simpático es el pedal del acelerador, piensa en el parasimpático como el freno. Cuando nos sentimos seguros en el ambiente, la respuesta parasimpática nos ayuda a disminuir la velocidad y a relajarnos para poder usar la energía de nuestro ambiente interno para metabolizar, asimilar, digerir, excretar, reproducirse, etc. En otras palabras, el sistema nervioso parasimpático realiza funciones metabólicas que permiten el crecimiento y la reparación en el entorno interno del cuerpo. Mientras que la respuesta simpática se ocupa de grandes amenazas externas como depredadores, incendios, traumas o tormentas, la respuesta parasimpática se ocupa de microbios, virus, mohos, células cancerígenas mutantes y otros factores del entorno interno del cuerpo. Uno de los principales líderes en este departamento es el sistema inmunológico.

Fuerzas terrestres

Por un momento, piensa en la dispersión de un ejército. Si la mayoría de un ejército en guerra se dispersa a, digamos, un frente occidental, esto deja al frente oriental vulnerable porque la estrategia de defensa que una vez fue equilibrada ha sido disminuida. Lo mismo ocurre con el entorno interior de tu cuerpo.

Si estás aprovechando todos los recursos de tu cuerpo para alguna emergencia en tu mundo exterior, tiene sentido entonces que no haya energía en tu mundo interior no sólo para producir glóbulos blancos, que son el ejército interno de tu cuerpo diseñado para luchar contra las infecciones y otras enfermedades, sino para permitir que funcionen correctamente.

Con el tiempo, debido a que el cuerpo se encuentra en un estado de emergencia, el sistema inmunológico, el sistema digestivo y el sistema cardiovascular disminuyen porque la energía necesaria para mantener su eficacia óptima se está dispersando a otras partes del cuerpo. En otras palabras, el cuerpo está esencialmente conservando energía, lo que hace que las células inmunes tengan una menor respuesta. Esta redistribución de la energía también altera el flujo sanguíneo de una persona desde el cerebro y el corazón.

A medida que el flujo sanguíneo se contrae, la energía deja el corazón y el cerebro para atender al centro suprarrenal. Ahora la persona está en alerta máxima todo el tiempo, y esa persona está más en su naturaleza animal que en su naturaleza divina.

El estrés produce cuadros de ansiedad y de depresión, manifestaciones psicosomáticas… es decir, una serie de amenazas a nuestro equilibrio interno, por lo que hay que prestar especial atención a algunas funciones básicas como el sueño o el apetito. Además de malestar general y negatividad, el estrés aumenta la tensión arterial, la frecuencia cardiaca y la fuerza de contracción del corazón. Así, si existen placas de grasa, arteriosclerosis en las arterias coronarias o alteraciones en el músculo del corazón (como por ejemplo, que esté muy dilatado o tenga la pared muy gruesa) puede ser el desencadenante de un infarto del corazón o de muerte súbita, al causar una arritmia maligna. El Dr. José Calabuig, cardiólogo de la Clínica Universidad de Navarra, afirma que aproximadamente el 12% de los problemas cardiovasculares están causados única y exclusivamente por el estrés. “El ser humano es como una olla a presión, vamos acumulando estrés a lo largo de los días y, si al final de la jornada o en vacaciones no retiramos la válvula, la olla puede explotar y nuestro organismo puede sufrir serios daños”, añade.

Cada persona tiene que descubrir las situaciones que le ayudan a liberar ese estrés; para algunos es pintar, bailar, hacer ejercicio, jardinería, yoga… Pero si no es capaz de relajarse, es bueno acudir a un psicólogo para que le enseñe actitudes y comportamientos para defenderse mejor de esa agresión.

El Dr. Calabuig asegura que, en última instancia, si el psicólogo no nos puede ayudar más, se puede recurrir a un psiquiatra, que entre otras medidas, nos puede recomendar un tratamiento farmacológico. Pero lo primero y más importante es aprender a gestionar el estrés por uno mismo y no abusar de las pastillas .El problema es que se ha incrementado el número de personas que sufren problemas coronarios y cardiacos,  producidos por el estrés, porque como explica el Dr. Calabuig, una persona estresada no tiene ganas de hacer ejercicio ni de cuidar su alimentación. Además, la ansiedad le lleva a comer en exceso y, por tanto, a engordar, hecho que también le repercutirá a nivel digestivo.

El Dr. Angós, especialista en Digestivo en la Clínica Universidad de Navarra, ve clara la conexión entre los problemas de la mente (estrés/ansiedad) y sus consecuencias en el sistema digestivo, “por eso éste se considera como un segundo cerebro”, asegura. Así, el estrés conlleva la aparición de ira, ansiedad o depresión, que pueden ocasionar síntomas digestivos en forma de náuseas, vómitos, diarrea, dolores, flatulencia… 

Todo origen está conectado con la mente… 

El estrés es un proceso natural que responde a nuestra necesidad de adaptarnos al entorno, pero resulta muy perjudicial si es muy intensa y se prolonga en el tiempo, la vida está en constante cambio, obligando a las personas a adaptarse; el cuerpo humano que genera una respuesta automática requiere de una movilización de recursos físicos, mentales y conductuales para hacerle frente. Si esta demanda no es gestionada adecuadamente suele perturbar nuestro equilibrio emocional, despertando síntomas como: Ansiedad, alteraciones del sueño, problemas gástricos, falta de concentración o memoria, palpitaciones, desgano, irritabilidad, entre otros. Estos estados debilitan nuestro sistema inmunológico, dejándolo más propenso a contraer infecciones, malestares físicos o enfermedades.

“Las influencias medioambientales, entre las que se incluyen la nutrición, el estrés y las emociones pueden alterar la información contenida en el ADN sin modificar su configuración básica; así mismo, estas alteraciones pueden transmitirse a futuras generaciones de la misma forma que el patrón del ADN” asegura Bruce Lipton, doctor en biología celular de la Universidad de Stanford.

 “el medio ambiente tiene un impacto en la genética, activando o no algún comportamiento determinado, y que si deseamos alterar los genes, lo que debemos hacer es modificar el medio ambiente y así los genes cambiarán”. Dicha afirmación nos lleva a prestar atención, una verdadera atención, en el medio ambiente, el conjunto de condiciones externas —tangibles e intangibles— que sustentan la vida a nuestro alrededor. Este conjunto se convierte, asegura el Dr. Lipton, “en un puente que conecta nuestro material genético con lo que expresamos; o, visto de otro modo, como un sistema moldeable que integraría no sólo nuestra información genética, sino aquella de las exposiciones del entorno a las que estamos sometidos”.

“Cuando una flor no florece, arreglas en el entorno en el que crece, no la flor…”Pon intención en arreglar tu jardín y las flores crecerán…

Malvina Mierez – Ricardo Labrone: Neuro-Entrenadores de Grupo Ciemec (@grupo.ciemec – @ciemec)