Aquellos atardeceres de Ale Ramírez

Estoy en una playa.
Es la hora en que atardece.
Al menos en esta época del año.

Todos sabemos que, en el verano, los días son más largos.
Y amanece más temprano y atardece más tarde.
A diferencia de lo que ocurre en el invierno.
Siempre hablando de la misma zona del planeta en que estemos.
Yo vivo y veraneo en Sudamérica.
En las playas de esta región, anochece alrededor de las 20:00 hs.
Y a medida que transcurre el verano, ese horario cambia, de acuerdo a como avanza el almanaque.
Y, en definitiva, cuando el verano se va, el horario del atardecer, se adelanta.
Hoy es casi el final del verano.
Me paro en una explanada de madera que se encuentra a la entrada a la playa en cuestión.
A mi lado, una persona que conocí en esa playa, después de tanto ir a la misma.
El tiene casi 90 años.
Al mirar ese atardecer, se me ocurre comentar, que temprano está atardeciendo.
A diferencia de lo que ocurría tan solo 30 días atrás.
El anciano me mira y dice: “Los atardeceres cada vez son más tempranos. Es todo un símbolo”.
Lo escuché y no respondí nada.
Ambos nos quedamos viendo embelesados ese atardecer maravilloso, que fue igual y diferente a los tantos atardeceres que Dios nos permitió ver.
Y me quedé pensando en ese símbolo que mencionó mi amigo mayor.
Porque para él, con su edad, el significado de atardecer, es sinónimo de ocaso.
Y el ocaso, además de ser la puesta del sol al trasponer el horizonte, es también la decadencia, declinación y acabamiento.
Es el final del día.
Y ese símbolo de ver a los atardeceres cada vez más temprano en el día, me hizo sentir una rara sensación de finitud.
Muchos dirán, que luego del otoño, el invierno y la primavera, volverá el verano, donde los días serán nuevamente largos.
Es verdad.
Pero habría que ver, en mi longevo amigo, como sentía en su corazón, en que estación del año se encontraba su vida, en ese momento.
Con el cielo apenas coloreado de rojos intensos, azules mágicos y naranjas alegres, la obscuridad llegó a ese día.
Ambos recorrimos el camino de esa pasarela de madera.
Yo, iba hacia mi auto.
Él hasta su casa, que está a una cuadra de la playa.
Al separarnos, nos miramos y dijimos, casi al unísono.
“Hasta mañana”.
“Hasta mañana”.

De Ale Ramirez