Un 11 de noviembre a las 11:11 de la mañana: cuando Alemania se rindió en un vagón de tren y puso fin a la Primera Guerra Mundial

Un 11 de noviembre a las 11:11 de la mañana: cuando Alemania se rindió en un vagón de tren y puso fin a la Primera Guerra Mundial

En un bosque a 80 kilómetros de París, luego de más de cuatro años de enfrentamientos entre potencias que dejó un saldo de 10 millones de militares y 13 millones de civiles muertos, se decretó el cese al fuego de la Gran Guerra. Los diferentes destinos del “vagón del armisticio” y la revancha de Hitler en la Segunda Guerra Mundial
Por Daniel Cecchini

No fue en un palacio ni en una dependencia gubernamental, tampoco en un cuartel general sino en un simple vagón de tren, el CIWL 2419 -esa era su numeración- de la Compagnie Internationale des Wagons-Lits, detenido sobre las vías en el Bosque de Compiègne, a unos 80 kilómetros de París. Allí, en ese ambiente estrecho y frente a muy pocos testigos, exactamente a las 5.15 de la mañana del lunes 11 de noviembre de 1918, el secretario de Estado Matthias Erzberger, en representación del imperio alemán, y el mariscal francés Ferdinand Foch, en nombre de Francia y el Reino Unido, firmaron el documento que puso fin a la Primera Guerra Mundial.

Por decisión de Foch, no había fotógrafos ni periodistas y solo presenciaron el acto un oficial francés y dos británicos. En el cuidado lenguaje diplomático se lo llamó armisticio, pero en la práctica significaba la rendición lisa y llana de Alemania, a la que se imponía una fuerte desmilitarización, la pérdida de territorios, el pago de grandes indemnizaciones de guerra y otras concesiones, como la obligación de liberar a todos los prisioneros de guerra mientras que los aliados no estaban obligados a hacer lo mismo con los alemanes, o la libertad de circulación de barcos aliados en sus aguas mientras se mantenía el bloqueo naval. En la negociación previa, los alemanes habían protestado diciendo que esas no eran las condiciones para un armisticio sino para una rendición sin condiciones, pero no lograron cambiar un solo punto del texto. Debieron aceptar lo que consideraban una humillación. El cese del fuego quedó fijado para las 11:11 de esa misma mañana, un lapso de casi seis horas que agregó miles de muertes al saldo de la guerra mas letal que el mundo había vivido hasta entonces.

En los cuatro años y poco más de tres meses que duró el conflicto globalizado, fueron movilizados 70 millones de soldados y el saldo en vidas fue aterrador: murieron casi diez millones de militares y otros 21 millones fueron heridos en combate. También alrededor de 13 millones de no combatientes perdieron la como consecuencia directa o indirecta de las hostilidades. Esa pérdida de vidas -sin antecedentes en la historia de la humanidad- se debió en gran parte a la introducción de nuevas armas, como las ametralladoras. También se implementaron armas químicas. Según las estimaciones más generalizadas durante el enfrentamiento se liberaron 124.000 toneladas de sustancias tóxicas, incluidos el cloro y el llamado “gas mostaza”. En consecuencia, unos 90 000 soldados murieron envenenados por gases, mientras que casi un millón perdió la vista o sufrió heridas graves.

La calma y la tempestad

La Gran Guerra, como se la llamó entonces, había estallado el 28 de julio de 1914, cuando Europa llevaba más de cuatro décadas de tensa calma, solo interrumpida por pequeños conflictos bélicos bien focalizados. En realidad, esa quietud bélica que pareció predominar desde 1871, con la finalización de la guerra franco-prusiana, hasta mediados de 1914 podría calificarse, utilizando un lugar común, como la calma que precedió a una de las peores tempestades de la historia de la humanidad. Durante esos años, conocidos como los de “la paz armada”, las potencias europeas protagonizaron una carrera armamentista cuyo desenlace no podía ser otro que una guerra de magnitud desconocida hasta entonces. Fue un enfrentamiento generalizado entre dos alianzas de potencias europeas que no solo sumergió al continente en un baño de sangre el continente, sino que se expandió por Asia, Oceanía y África y comenzó a definirse con la tardía intervención de los Estados Unidos.

Para principios del siglo XX, Europa estaba dividida en dos bandos: conocidos como las Potencias Centrales y la Entente. El primero se había originado en la Triple Alianza, formada en 1882 por Alemania, Austria-Hungría e Italia. Sin embargo, Italia no entró en la guerra hasta 1915, y lo hizo del lado de la Entente, por lo que abandonó la Triple Alianza. Su lugar fue ocupado por el Imperio otomano y el Reino de Bulgaria. Del otro lado estaban el Reino Unido, Francia y Rusia, a los que ya en pleno conflicto se sumaron, entre otros países, Japón, Serbia, Montenegro, Bélgica, Italia, Rumania, Portugal, Grecia, Estados Unidos y Brasil. Rusia abandonaría la Entente y la guerra en 1917, luego de la revolución bolchevique de octubre de ese año.

La principal causa del estallido se debió a la necesidad de hegemonía política y económica de las principales potencias industriales, Francia e Inglaterra por un lado y Alemania por otro, como en la exaltación nacionalista en los diferentes conflictos territoriales. La unificación de Alemania, concretada en 1871, la había convertido en una gran potencia que amenazaba de manera directa los intereses económicos tanto de Francia como del Reino Unido. Alemania se hallaba en plena búsqueda de nuevos mercados y pretendía ampliar su imperio colonial, lo que ya había provocado tensiones, sobre todo porque el reparto que habían diseñado Francia y Gran Bretaña distaba mucho de las pretensiones que tenía Alemania en aquellos momentos.

Tanto Francia como el Reino Unido eran dueños de amplias posesiones por todo el mundo, e incluso algunas naciones más pequeñas y no tan ricas como Bélgica y Portugal dominaban zonas mucho más extensas que sus propios estados nacionales. Por su parte, el Imperio austrohúngaro no tenía colonias mientras que Alemania solo había podido conseguir Togo, Camerún, el desierto de Namibia y la actual Tanzania, cuatro territorios africanos sin apenas riquezas y con escasas oportunidades económicas.Foto en el momento enFoto en el momento en el que la policía captura a un sospechoso después del asesinato del archiduque austrohúngaro Francisco Fernando (WIkimedia)

La chispa que encendió la bomba

Las pretensiones territoriales y las disputas hegemónicas de los gobiernos no suelen, por sí solas, lograr el consenso social necesario para justificar -y sostener en el tiempo- una guerra. Hacen falta hechos puntuales que golpeen los sentimientos populares. Por eso, así como un cuarto de siglo después la Alemania nazi justificó la invasión a Polonia y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial mediante un supuesto ataque polaco – en realidad, una operación de “falsa bandera” a una emisora de radio alemana, en 1914, el imperio austro-húngaro utilizó el atentado que les costó la vida al Francisco Fernando de Austria y su esposa Sofía, como excusa para desatar la Gran Guerra.

El 28 de junio, cuando Francisco Fernando y Sofía visitaban la capital de Bosnia, un grupo de seis militantes de la organización revolucionaria Joven Bosnia, un grupo juvenil de la organización secreta Mano Negra, llamados Cvjetko Popović, Muhamed Mehmedbašić, Nedeljko Čabrinović, Trifko Grabež, Vaso Čubrilović y Gavrilo Princip, se habían reunido en la calle por donde estaba previsto que pasara la comitiva del archiduque con la intención de asesinarlo. En el preciso momento en que la comitiva se cruzó con Čabrinović, este lanzó una granada contra el coche en el que viajaban el archiduque y su esposa, pero falló y algunos espectadores resultaron heridos. Una hora más tarde, cuando la pareja real se dirigía a un hospital para visitar a los heridos por el atentado, la comitiva se equivocó de ruta y giró por una calle donde, casualmente, se hallaba apostado otro de los integrantes de la Mano Negra, Gavrilo Princip. Al ver el coche del archiduque, Princip disparó contra Francisco Fernando y Sofía y los mató.

El gobierno austro-húngaro acusó a Serbia de estar detrás del atentado y el 23 de julio de julio le presentó diez demandas imposibles de aceptar. Si los serbios no se avenían a esas exigencias, les declararían la guerra, lo que efectivamente hizo cinco días después. La decisión de Austria-Hungría de utilizar el crimen como excusa para atacar a Serbia activó todos los mecanismos de alianzas fraguados en décadas anteriores que terminaron con las grandes potencias europeas cruzándose declaraciones de guerra mutuas en los días siguientes. Como una reacción en cadena, la Primera Guerra Mundial se expandió por casi todo el territorio europeo y parte de Asia.Gavrilo Princip, el autor deGavrilo Princip, el autor de los disparos que terminó con las vidas del archiduque Francisco Fernando y su esposa (Wikipedia)

La carnicería de Verdún

Pese a que la Gran Guerra se desarrolló también en escenarios marítimos y dio lugar a las primeras batallas aéreas de la historia, fue fundamentalmente una sangrienta guerra de trincheras, donde se disputaban metros de territorios a costa de decenas de miles de vidas. En ese sentido, la batalla de Verdún, que enfrentó a franceses y alemanes en el frente occidental, pasó a la historia como el ejemplo más sangriento de las consecuencias de este tipo de guerra. Allí, durante 303 días -entre el 21 de febrero y el 18 de diciembre de 1916-, los ejércitos alemán y francés se disputaron, con avances y retrocesos, unas colinas consideradas militarmente estratégicas. Fue la mayor batalla de todos los tiempos con esas características, famosa por la consigna de los franceses, «Ils ne passeront pas!» (“¡No pasarán”!), que quedó como símbolo de la resistencia nacional de Francia.

Enfrentamiento de posiciones y trincheras en las que el terreno se disputaba metro a metro a punta de bayoneta, sus tremendos combates fueron relatados con horror por los corresponsales de guerra. “En una fosa yacen un montón de cadáveres. ¡Su visión es horrible! Los cuerpos están mutilados, vestidos con el uniforme militar hecho trizas, manchado de sangre, asqueroso. Los rostros aparecen contraídos por espasmos macabros de rabia y de dolor supremos. Algunos cuerpos están despedazados. En el montón hay miembros sueltos, descuajados del tronco. Los circunstantes permanecen en un rudo mirar de infinita ternura ante los despojos horribles de sus hermanos, absortos, resignados, con los ojos encendidos por la santa esperanza de vengar su muerte», escribió a mediados de 1916 Agustí Calvet Gaziel, corresponsal del diario español de La Vanguardia, en una de sus crónicas desde el campo de batalla.

Los cañones enmudecieron el 18 de diciembre de 1916. Los franceses habían salvado Verdún, pero a un precio descomunal: casi 715.000 bajas. El consumo de munición en los primeros siete meses ascendió a 24 millones de proyectiles, nueve pueblos habían sido borrados del mapa y el paisaje quedó calcinado. Al rendirse los alemanes, los franceses tomaron 11.387 prisioneros, muchos más de los que el ejército francés había calculado capturar. Algunos oficiales prusianos se quejaron al general Mangin por las malas condiciones que empezaban a soportar en el cautiverio. Su respuesta fue: “Lo lamentamos, caballeros, pero no esperábamos a tantos de ustedes”.En el conflicto, fueron movilizadosEn el conflicto, fueron movilizados 70 millones de soldados y el saldo en vidas fue aterrador: murieron casi diez millones de militares y otros 21 millones fueron heridos en combate (Wikipedia)

Estados Unidos define la guerra

Poco después, los Estados Unidos se sumaron a la guerra en apoyo a las fuerzas de la Entente. Washington había establecido una política de falsa neutralidad, porque desde el principio suministró armas y apoyo logístico a Francia y Gran Bretaña, pero recién declaró la guerra en abril de 1917.

El primer antecedente para su ingreso fue el ataque submarino al transatlántico británico Lusitania el 7 de mayo de 1915 durante una travesía de Nueva York a Inglaterra en la cual viajaban algunos estadounidenses. El barco había transportado municiones, por lo que Alemania se sintió justificado para tratarlo como un objetivo legítimo en una zona de guerra. Después de esto, el presidente estadounidense Woodrow Wilson exigió una disculpa de Alemania y le solicitó limitar la guerra submarina, promesa que el país europeo cumplió hasta 1917, cuando reanudó los ataques submarinos.

Este último hecho, sumado al descubrimiento de un telegrama en el cual el canciller alemán Arthur Zimmermann proponía una alianza entre México y Alemania en caso de que Estados Unidos se sumara al conflicto, lo que llevó a Washington a declararle finalmente la guerra a los alemanes. El ingreso de los Estados Unidos a la guerra fue determinante para su desenlace a favor de las potencias de la Entente. Con la ayuda de Washington, los aliados se abrieron paso con la Ofensiva de los 100 Días, que provocó la derrota militar de Alemania.

Definido el resultado de la guerra, la delegación alemana, encabezada por el secretario de Estado Matthias Erzberger cruzó la línea del frente la noche del 7 de noviembre de 1918. Los enviados viajaban en cinco autos y fueron escoltados por tropas francesas durante más de diez horas hasta llegar al bosque de Compiègne. Allí los esperaba el mariscal Foch, que los recibió en el vagón, acompañado por un alto oficial de los aliados británicos. Si Erzberger pensaba iniciar una negociación para el cese del fuego en condiciones que no fueran demasiado lesivas para Alemania, se desilusionó de inmediato. El comandante francés lo saludó con frialdad y se limitó a entregarle un documento con todas las demandas que debían cumplir. Hecho esto, se fue luego de anunciarle que tenía 72 horas para aceptar las condiciones. Finalmente, la rendición fue oficializada con el Armisticio de Compiegne el 11 de noviembre de 1918 que ponía “fin a los combates en todos los frentes”.

La Gran Guerra había terminado, pero sus consecuencias marcarían a fuego la historia del mundo durante las décadas siguientes. Sus secuelas geopolíticas más visibles fueron la desaparición de cuatro imperios: el alemán, el austrohúngaro, el ruso y el otomano. Rusia, que había entrado al conflicto como una monarquía imperial, salió de él con los bolcheviques en el poder.

Los acuerdos de paz se firmaron progresivamente durante los dos años siguientes. El 18 de enero de 1919, comenzó la Conferencia de Paz de París, un día no escogido al azar por los Aliados, porque precisamente otro 18 de enero, el de 1871, se había fundado el Imperio alemán. Alemania y sus aliados tuvieron que “reconocer su responsabilidad por haber causado todos los daños y perjuicios a la que los aliados y los gobiernos asociados y sus ciudadanos han sido sometidos como consecuencia de la guerra impuesta sobre ellos”.Una de las teorías sobreUna de las teorías sobre la suerte del vagón es que Hitler ordenó dinamitarlo para que los franceses no lo recuperaran y volviera a utilizarlo como escenario de una nueva rendición de Alemania

Los destinos del “vagón del armisticio”

Después de la firma del armisticio en el CIWL 2419, la discreción del mariscal Foch se volatilizó con rapidez. Ordenó que se trasladara el vagón a Paris y se exhibiera junto con otros símbolos y trofeos del triunfo sobre los alemanes. El vagón donde se había concretado la rendición alemana quedó instalado frente al monumento de Los Inválidos para que todos los parisinos pudieran visitarlo.

La finalización de la Gran Guerra, con sus tremendas secuelas políticas y humanas, pareció dar lugar también a la esperanza de un mundo capaz de lograr una paz duradera. Esa ilusión, sin embargo, se esfumó definitivamente apenas veinte años después, cuando el 1° de septiembre de 1939, la Alemania nazi invadió Polonia y desató la Segunda Guerra Mundial, aún más mortal y devastadora que la primera.

Más de dos décadas después de aquella humillante rendición alemana en “el vagón de Compiègne”, la situación había cambiado radicalmente. La ofensiva de la Alemania nazi en Europa parecía incontenible y el ejército francés se mostraba incapaz de contener la poderosa ofensiva de las tropas del Tercer Reich. La batalla de Francia, iniciada el 10 de mayo de 1940, había mostrado el abrumador poderío bélico de la Wehrmacht, ante el cual los ejércitos franceses y británicos, anclados en tácticas y estrategias propias de la Primera Guerra Mundial, no habían podido oponer una resistencia eficaz. París cayó el 14 de junio y el gobierno francés, presidido por Paul Reynaud, se estableció en Burdeos, pero la noticia la caída de la capital a manos de los nazis hizo que muchos líderes políticos franceses propusieran pedir un armisticio a Hitler y romper la alianza con Gran Bretaña.

Para la firma, Adolf Hitler hizo montar una escena que, a su criterio, les devolvía multiplicada a los franceses la humillación sufrida por Alemania en 1918. Hizo trasladar el vagón CIWL 2419 nuevamente al bosque de Compiègne y ubicarlo en el lugar exacto de la firma del Armisticio de la Primer Guerra. Para la ceremonia, el führer se sentó en el mismo lugar que había ocupado el mariscal Foch y ordenó a los delegados franceses que se sentaran en los lugares donde habían estado los representantes alemanes. Para Adolfo Hitler fue cobrarse la afrenta “ojo por “ojo”.

Luego ordenó llevar el vagón CIWL 2419 a Berlín, como símbolo de la victoria y la revancha alemanas. A su alrededor se instaló una plataforma de madera desde la que los berlineses podían ver el interior del vagón. Pese a que no se podía entrar en él, las vidrieras permitían observar el habitáculo, en el que además estaba expuesto el original tratado de Versalles, otro botín de guerra.

Fue su último emplazamiento. Tras la caída del Tercer Reich, en 1945, un grupo especial del ejército francés dio prácticamente vuelta a Berlín y sus alrededores para encontrar al CIWL 2419 y llevarlo a Paris para devolverlo a su lugar original, frente a la solitaria estatua del mariscal Foch. No lo encontraron. Años después, comenzaron a aparecer en diferentes lugares algunas pocas piezas que hoy están expuestas en el Museo del Armisticio. Sobre su destrucción existen dos versiones: la primera de ellas sostiene que quedó destrozado luego de un accidente ferroviario en la estación de Crawinke; la segunda asegura que, a ver que Berlín caería, Hitler ordenó dinamitarlo para que los franceses no lo recuperaran y volvieran a utilizarlo como escenario de una nueva rendición de Alemania.

Fuente Infobae