Miles de personas se congregaron para ver en pantallas gigantes la liberación de los últimos cautivos; críticas a Netanyahu
TEL AVIV.- Lágrimas, abrazos, gritos catárticos parecidos a los que se oyen en una cancha de fútbol cuando se gana el Mundial, emoción inmensa. Fue lo que se palpó desde temprano en la llamada “Plaza de los Rehenes”, que se llenó como nunca para un momento que marcó un antes y un después en la historia de Israel: la liberación de los rehenes aún vivos en Gaza, algo que hizo resucitar la esperanza del fin de la guerra.
Algunos sacaban afuera toda la angustia y lloraban abrazándose a familiares. Había personas de todas las edades, muchísimos chicos, bebes, ancianos, sacándose fotos y selfies mientras los locutores anunciaban, en dos tandas, que los chicos habían vuelto a casa.
Muchos llevaban remeras amarillas y negras con la leyenda que hizo historia, “bring them home” (tráiganlos a casa), y que se oía en los cantos, aunque algunos ya tenían otras nuevas que celebraban que ellos, los rehenes, “ya habían vuelto a casa”.
Todos lloraban porque los rehenes no eran números, sino personas con nombre y apellido -todos varones y la mayoría muy jóvenes-, que en estos más de dos años se volvieron como hijos, hermanos, vecinos, primos, de la población. En la plaza todos sabían perfectamente quién era quién cuando iban gritando los nombres de quienes integraban las dos tandas liberadas. Todos sabían en detalle qué hacían, sus historias, sus amores, de qué equipo de fútbol eran hinchas.
Por eso, en un clima muy fuerte, intenso, no extrañaba ver rostros desencajados, de personas de todas las edades, algunas con bebes en cochecito que cuando crezcan conocerán esta historia, que lloraban al comenzar a ver en las pantallas gigantes las imágenes de ellos ya adentro del centro militar de Reim, cerca de la frontera, o en la pantalla de celular de sus familiares. Algunos lloraban a mares, sin importar nada de que había 100.000 personas ahí, otros lo hacían en forma más discreta, reservada.
“Yo estuve acá, en esta plaza, cuando no había nada, desde el principio”, dijo a LA NACION Ami Dror, uno de los organizadores de las protestas para traer a casa los que al principio fueron 251 rehenes.
“En los últimos años organicé esta plaza, pero también manifestaciones bloqueando autopistas, yendo a la casa de nuestro primer ministro y presidente, estuve protestando todos los días y es indescriptible lo que siento ahora”, explicó Dror, con sus ojos celestes rojos por el llanto. “Esta es una victoria de la gente, del pueblo de Israel. Netanyahu hizo todo para no traer los rehenes a casa, pero lo logramos”, celebró.
“Esto cierra un círculo, esto cierra una etapa, en Israel queremos paz y ahora, con la liberación de los rehenes, aunque aún faltan los muertos, sentimos alivio y queremos recuperarnos de todo esto que vivimos”, dijo Lotem, psicóloga de 30 años, que como la mayoría estaba enfundada en una bandera israelí en cuyo centro saltaba a la vista una cinta amarilla, el color dominante de la plaza.
“No trabajé hasta ahora con cautivos, pero sé que su salud mental va a estar muy dañada después de todo lo que vivieron”, aseguró.
Y se mostró, como muchos otros, enojada con la coalición de ultraderecha de Netanyahu: “El gobierno no le dio prioridad al retorno de los rehenes, es triste decirlo, pero esto que estamos viviendo hoy podría haber ocurrido mucho antes. Y no sé qué va a pasar ahora, hay mucha tensión política interna y un montón de cosas van a salir afuera, sólo ahora vamos a conocer las consecuencia reales que todo esto dejó en los israelíes y, también, en los palestinos, porque sabremos qué pasó en Gaza”.
Coincidió Eran, CEO de una startup nacido y criado en esta ciudad, que subrayó que él no sólo participó de todas las manifestaciones que hubo para que se negociara una liberación de los rehenes, sino que también de las masivas marchas que, antes del 7 de octubre, hubo aquí en contra de una cuestionada reforma judicial de Netanyahu. “Hace más de tres años que muchos acá estamos protestando y espero que ahora sea posible sacar a Netanyahu, aunque no es fácil”, opinó.
La mayoría, no obstante, coincidía que no era una jornada para hablar de política, tanto es así que cuando pasaron en las pantallas el discurso de Donald Trump ante la Knesset, que muchas veces elogió a su amigo “Bibi”, no hubo abucheos, como en la manifestación del sábado.
“Es un momento de unidad y agradecimiento de que todos los vivos han vuelto a casa”, dijo Ariel, que explicó que justamente por eso tampoco hubo abucheos ni silbidos cuando Trump propuso un indulto.
En una jornada que quedará en el corazón y en los libros de historia de este país, que para muchos demostró que los milagros existen, cada vez que un helicóptero militar que llevaba a alguno de los rehenes revoloteaba sobre la Plaza que jamás dejará de llamarse “de los Rehenes”, los aplausos nuevamente estallaban y todos agitaban banderas -de Israel y Estados Unidos-, saludando y agradeciendo.
El emblemático reloj negro de la plaza, sin embargo, no se detuvo. Seguirá marcando los días, horas, minutos y segundos hasta que llegue el cuerpo del último rehén.
Por Elisabetta Piqué
Fuente Lanacion