La fase Chiqui Tapia del peronismo decadente

La fase Chiqui Tapia del peronismo decadente

El caudillismo y su relación con la multitud se ha transformado.La nuca, el peluquero, el pelo y el poder.

Impecable, un relámpago de elegancia, celeste y azul, zapatillas al tono, saco blanco tiza, quizás celeste claro según el camaleónico efecto de las lentes y las luces. Jean recto, quizás elastizado, ganador.

Chiqui Tapia lucía en el ostentoso estadio Madre de Ciudades de Santiago del Estero, ese look pensado.

Pero detrás del outfit , del pelo impecable y de la nuca histórica, se yergue la derrota de los descubiertos y fraudulentos laberintos de dineros distorsionados por deliberadas trampas.

Es una insignia de la decadencia en la cúspide del mundo. Capitaliza el campeonato del Mundo, pero el campeón se deshace en las investigaciones que lo imputan gravemente.

Cuando asomaba su rotunda figura ante las tribunas colmadas estallaban los cánticos en su contra.

Tapia es un tótem cuesta abajo que se articula con la plaza Peronista en quiebra. Llenó por un rato la plaza el aparato sindical. Pero la multitud amancebada por la burocracia con los correspondientes bombos pierde efecto político.

Sonoros, pero inaudibles.

Las tradiciones argentinas cambian.

Los caudillos históricos existen sí, pero están en una etapa que podría denominarse “fase Chiqui Tapia”.

Gobiernan aún, pero están en la mira social y de pronto descienden ante la evaluación mayoritaria.

Manejan territoriales, tuteladas arbitrariedades, pero no son el futuro sino el pasado.

El pasado se cuela en el presente, como Capitanich que no es más gobernador pero sí senador, irremediablemente enchastrado por su íntima asociación política con el clan Sena, asesinos según la justicia.

El caudillismo y su relación con la multitud se ha transformado.

Todo caudillo está rodeado de una horda, que lo alaba, hasta que -inevitable- la traición toma distancia y muerde.

La horda obsecuente en principio, configura la jerarquía móvil de la tribu que lo circunda y sostiene como cacique, hasta que deja de sostenerlo.

Chiqui acaba de viajar a Qatar con su coiffeur.

Y dijo: “Viajé para que no me atosiguen”.

Isabel Perón en el recuerdo

Los capitanejos de cualquier pandilla no pueden confiar en nadie.

Si hay dinero a repartir la horda, la guardia pretoriana que lo abraza prima facie seguirá besando los anillos de los padrinos de turno.

Pero si las riquezas pasan a ser examinadas por lupas, las hordas empiezan a disgregarse, a huir.

A camuflarse.

Entre Tapia y las vetustas jefaturas cegetistas hay un parentesco antropológico.

La AFA como aparato jerárquico y los gremios como estructuras verticalistas.

Los amos del fútbol o los burócratas sindicales de siempre; primos políticos, hermanos interclanes, familia.

Enfrente, el oficialismo los combate con redes, marionetas virtuales, y a eso lo denomina batalla cultural.

Se adapta con más soltura a la inasible textura de la Inteligencia Artificial, del algoritmo, de Tik Tok, y de la levedad incisiva y no lineal del complejo informacional inmaterial.

Los cuerpos expuestos de los cabecillas vintage naufragan en el barro digital.

Se evaporan en memes virales.

Los tronos se esfuman en las avalanchas de reels.

El veredicto popular decide el linchamiento en X, y el campeonato que más vale lo gana el que obtiene más likes. El oficialismo IA logró imponer el estigma efectista y efectivo: “Riesgo Kuka”. Sin embargo negocian con los Kukas. Martín Menem y Máximo Kirchner habrían consensuado la conformación de la AGN, desatando la furia de Cristian Ritondo.

Si el gobierno no obtuvo el presupuesto en el Congreso no fue por la manifestación momificada de la CGT, sino por errores propios no forzados.

Confiaron en los K.

¿A quién se le ocurre?

Son dos niveles.

Para la tribuna y entre bambalinas.

Entre bambalinas hablan con los monstruos tan denostados, y quizás; pactan.

No hay fracturas sin continuidades.

Es como la cabellera de Tapia. Hay una fractura del pelo en la nuca, rigurosamente afeitada, diseñada. Se ve una media luna, sin luz, que perimetra el pelo con cierta trayectoria curvilínea y de pronto no hay más pelo y sí la nuca lista para el dolce far niente de la amorosa toalla dispuesta a que no sufra tan incómodos sudores.

Chiqui viaja a todas partes del mundo con su peluquero.

Se ha hablado y escrito mucho del tema porque no es un tema menor.

Estos jefes están para ser atendidos por los esclavos.

Pelo y poder. Una misma esfera bidimensional.

Desde las patillas y el “Quincho” de Carlos Menem, hasta la loca cabellera de Milei, la nuca de Tapia, y otros lejanos recuerdos.

Perón, nunca dejó de tener su abigarrada, engominada y bien cortada pelambrera azabache.

Los años no debían blanquear la crin machaza del General.

Podría esbozarse un teorema: cuida tu cabellera y protegerás tu trono.

Los jefes de Estado que en la Argentina no cosmetizaron visiblemente su pelaje sufrieron la rebelión de las masas que aman las melenas cuidadas o incluso las descuidadas.

Sin embargo, el look es relevante pero no basta.

Los bombos batientes no bastan.

Las multitudes manipuladas y dirigidas hacia la histórica plaza tampoco alcanzan.

La marcha peronista pierde audiencia.

Y esos raros peinados nuevos, ni tan raros ni tan nuevos, esa cosmetología política activa, no borra las huellas marcadas de los estafadores de siempre.

Fuente Clarin