La estrepitosa caída del Príncipe Andrés: las orgías con Epstein, los abusos y el suicidio que marcó su final

La estrepitosa caída del Príncipe Andrés: las orgías con Epstein, los abusos y el suicidio que marcó su final

El hijo de la reina Isabel renunció este lunes al uso de sus títulos y honores reales. Ya no será conocido como el duque de York. La entrevista con la BBC que derivó en un daño irreparable a su credibilidad y el libro publicado en las últimas horas que remató su futuro alejado de la vida pública.

Alguna vez fue el Principito. No el de Saint Exupery sino el de Mario Benjamín Menéndez. Así lo llamó el dictador argentino en abril del 82, en los momentos en que reinaba la euforia y envalentonado toreó a Thatcher y a los ingleses: “Que traigan al Principito”. El príncipe Andrés integró las tropas inglesas que viajaron a las Islas Malvinas. No entró en combate ante la protección de sus superiores que no querían darle un disgusto a la Reina. Ni tampoco regalarle el eco internacional y mediático a los argentinos si el miembro de la Casa Real caía en combate.

Por esos días Galtieri, desde el balcón de la Casa Rosada, dijo: “Si quieren venir, que vengan. Les presentaremos batalla”. El inconsciente colectivo unió ambas frases, la de Menéndez y la de Galtieri: “Traigan al Principito. Le presentaremos batalla”.

Los problemas graves de Andrés sobrevinieron lejos del combate. Fue cuando en vez de batalla, procuró que le presentaran menores de edad.

A principios de esta semana el Príncipe Andrés otra vez fue noticia. Renunció a algunos de sus títulos y honores y volvió a prometer alejarse de la vida pública. Pero de las acusaciones en su contra, más que negarlas de forma general, no dijo mayor cosa.

Lo que ocurrió es que el martes se publicó en Inglaterra Nobody´s Girl: A memoir of surviving abuse and fighting for justice (La Chica de Nadie: un testimonio de una sobreviviente del abuso y de la pelea por justicia) escrito por Virginia Giuffre con la colaboración de la periodista Amy Wallace.

Giuffre fue una de las denunciantes principales de Jeffrey Epstein y fue quien aseguró que el Príncipe Andrés había abusado tres veces de ella, entregada por Epstein, siendo menor de edad.

El dato imprescindible es que se trata de un libro póstumo. Virginia Roberts Giuffre se suicidó el 25 de abril. Tenía 41 años.

Virginia Giuffre fue una de las víctimas que denunció al financista Jeffrey Epstein (Fotos: Reuters/AP).
Virginia Giuffre fue una de las víctimas que denunció al financista Jeffrey Epstein (Fotos: Reuters/AP).

La red de trata del poderoso financista Jeffrey Epstein fue un escándalo internacional cuando se develó. Llevó al multimillonario y a su ex pareja, Ghislaine Maxwell, a la cárcel. Epstein murió en la cárcel en un aparente sucidio, aunque algunos -dadas las circunstancias extrañas de esa noche- creen que pudo haber sido asesinado para que no hablara.

Fueron muchas las chicas contratadas inicialmente para hacer masajes a Epstein y para luego tener relaciones sexuales con él, que fueron entregadas a hombres muy poderosos. Magnates, miembros del espectáculo, empresarios, expresidentes, ministros, políticos. La Lista de Epstein, es decir la enumeración de los que participaban en las fiestas sexuales organizadas por él, sobrevuela desde hace años como una amenaza sobre la cabeza de los poderosos.

El libro de Giuffre vuelve a poner el tema en la conversación pública y señala, una vez más, al Príncipe Andrés.

Hay una foto en la que Virginia a los 17 años es abrazada por Andrés (que hasta la aparición de la imagen negaba conocer a la chica y luego ante la evidencia solo atinó a decir que no se acordaba de ella) con la mano apoyada en la cintura desnuda y por detrás también sonríe Ghislaine Maxwell, la armadora de la red de chicas para que Epstein las entregara.

Virginia había nacido en una zona humilde de Palm Beach, Florida. De niña no tuvo los cuidados necesarios y acusó al padre de haber abusado de ella. Se escapó de la casa a los 13 años. Ante el desamparo terminó en las manos de Ron Eppinger, un hombre de 60 años que terminó condenado por abuso sexual. “Fui su prisionera durante seis meses. Me mandaba a hoteles en los que hombres me violaban y le pagaban a él por ‘mis servicios’”, escribe Virginia. Fue rescatada por el FBI. Al poco tiempo empezó a trabajar en Mar-a Lago, club propiedad de Donald Trump (del que casi no habla en su libro). Ella se desempeñaba en los vestuarios. Allí conoció a Ghislaine, que tras ganarse su confianza, le ofreció ganar 400 dólares de una manera muy sencilla: debía hacer masajes a un millonario. Ese hombre era Epstein.

Esa fue la puerta de entrada. De ella y de muchas otras adolescentes. Virginia habla de cómo eran los encuentros, cómo se sumaba Ghislaine, cómo ella las iba guiando y convenciendo, cómo captaban otras chicas, de los viajes a bordo de aviones privados, de los hombres famosos que concurrían, de las fiestas sexuales en las que participaban.

Era un sistema, una maquinaria impune.

Jeffrey Epstein junto a su esposa, Ghislaine Maxwell, en un viaje que hicieron en su jet privado. Según comprueban otras imágenes dentro del expediente, en el asiento vacío viajaba Jean-Luc Brunel.
(Foto: AFP / US District Court for the Southern District of New York)
Jeffrey Epstein junto a su esposa, Ghislaine Maxwell, en un viaje que hicieron en su jet privado. Según comprueban otras imágenes dentro del expediente, en el asiento vacío viajaba Jean-Luc Brunel. (Foto: AFP / US District Court for the Southern District of New York)

En el libro Virginia habla sobre la culpa, el insomnio, la vergüenza que se le imponían, que pesaron sobre ello durante décadas. “Me enseñaron a sonreír mientras me destruían”, afirma.

La crítica que publicó The Guardian dos días atrás pide al lector que no se confunda con los detalles escatológicos ni buscando chismes protagonizados por celebridades: “Es un libro sobre el poder, la corrupción, un sistema de abusos sexuales a escala industrial y sobre la manera en que las instituciones se ponen del lado de los perpetradores antes que el de las víctimas”.

El libro describe también cómo los medios sensacionalistas la revictimizaron inventando declaraciones de personas sobre su pasado, extrapolando opiniones y con títulos que la juzgaban o hablaban de sus costumbres sexuales.

Narra que Epstein la obligó ya desde la primera vez que el masaje se convirtiera en una masturbación; y que la sometió a sesiones de sexo sadomasoquista en las que sintió tanto dolor que prefería desmayarse para dejar de sufrir. En otra ocasión un poderoso amigo de Epstein fue muy violento con ella y cuando Virginia se quejó, Epstein le respondió: “A veces vas a tener que aguantar cosas como esas”.

De todas maneras lo que más revuelo genera del libro son las referencias al Príncipe Andrés quien es mencionado 88 veces.

Virginia cuenta que un día de marzo de 2001, Ghislaine Maxwell la despertó con una frase: “Este va a ser un día muy especial”. La comparó con Cenicienta porque iba a conocer un príncipe apuesto. Cuando supo que era Andrés se entusiasmó: “Pensé que conocer a un príncipe sería un honor. No entendí que me estaban entregando”.

Apenas los presentaron, Ghislaine le pidió a Andrés, de 41 años en ese momento, que calculara la edad de Virginia: “17”, acertó Andrés y agregó: “Mis hijas tienen casi tu misma edad”.

Esa noche fueron todos a bailar a un club, después ella regresó con Andrés. Antes recibió el consejo/orden de Ghislaine Maxwell: “Con él tenés que hacer todo lo que hacés con Jeffrey”.

Tuvieron sexo esa noche luego de estar poco tiempo en el jacuzzi. “Fue muy breve. Estuvo amigable pero prepotente como si creyera que tener relaciones sexuales conmigo fuera su derecho de nacimiento”, escribió Virginia.

Virginia Giuffre con el príncipe Andrés. Ella tenía 17 años y él 41. Se conocieron en las fiestas sexuales de Jeffrey Epstein. (Foto: BBC)
Virginia Giuffre con el príncipe Andrés. Ella tenía 17 años y él 41. Se conocieron en las fiestas sexuales de Jeffrey Epstein. (Foto: BBC)

Un mes después tuvieron otro encuentro en Nueva York, en la mansión de Epstein. Hubo un tercer día: una orgía en la isla privada del financiasta de la que participaron Andrés, Epstein, otros hombres y ocho chicas muy jóvenes. Para Virginia casi ninguna tenía más de 18 y no hablaban inglés.

Cuando explotó el caso Epstein, Andrés estuvo en el ojo de la tormenta. Apareció la foto con Virginia y la denuncia de la mujer se publicó en todos los medios. El Príncipe Andrés salió a responder. Lo hizo en una entrevista televisiva exclusiva que creyó sería su estrategia defensiva más eficaz. Se equivocó.

La entrevista fue el 16 de noviembre de 2019 en el programa Newsnight de la BBC. La realizó la periodista Emily Maitlis. Andrés la concedió con una sola idea en mente. Limpiar su imagen. Dar su versión de los hechos en un ámbito que él imaginó seguro. Era la contracara limpia -lavada- de la batalla mediática que estaban entablando los tabloides con sus portadas sensacionalistas y las guardias permanentes.

Pero nada resultó como el Príncipe supuso. La periodista, sin perder la amabilidad, fue implacable. Preguntó y repreguntó. De a poco lo puso contra las cuerdas, resaltando las incongruencias en su relato, las mentiras. Y Andrés se mostró endeble, dubitativo, soberbio y, en especial, muy poco creíble. De a poco, ante los ojos de millones, el miembro de la casa real británica, en el marco imponente del Palacio de Buckingham, se fue derritiendo.

Un colapso colosal.

La Reina Isabel II de Gran Bretaña, el Príncipe Felipe -Duque de Edimburgo- y sus tres hijos: el rey Carlos III, la Princesa Ana y el Príncipe Andrés posan en los terrenos del Castillo de Balmoral el 9 de septiembre de 1960. (Foto: AFP)
La Reina Isabel II de Gran Bretaña, el Príncipe Felipe -Duque de Edimburgo- y sus tres hijos: el rey Carlos III, la Princesa Ana y el Príncipe Andrés posan en los terrenos del Castillo de Balmoral el 9 de septiembre de 1960. (Foto: AFP)

La entrevista hizo un daño irreparable a su credibilidad. Imprecisiones, respuestas evasivas, contradicciones, falta de empatía y una peculiar pero esperable petulancia lo condenaron. Un vocero de la Corona lo describió como un desastre mediático. Algún asesor de imagen declaró que pocas veces había presenciado una intervención pública tan calamitosa. El diario The Guardian dijo: “No parecía consciente de la seriedad del caso, riendo en varios tramos de la entrevista, sin expresar piedad o inquietud por las víctimas de Epstein”.

Al día siguiente, en medio de la tormenta mediática y popular que generó (el efecto contrario al que quería obtener), Andrés anunció -por primera vez- que se alejaba de sus deberes públicos (nadie tenía muy en claro cuáles eran) hasta nuevo aviso.

Las preguntas más importantes fueron sobre su relación con Jeffrey Epstein y sobre la denuncia de Giuffre

Allí dijo que conoció a Epstein en 1999 a través de la que fue su pareja Ghislaine Maxwell (hoy con una condena a 20 años de prisión). Que Epstein lo sorprendió -se supone que gratamente- por su capacidad para reunir gente extraordinaria bajo el mismo techo. Andrés no aclaró si él mismo se consideraba extraordinario, aunque por su postura altiva, algo sobradora, se adivinaba que sí.

Aseguró que solo había visto tres veces en su vida a Epstein y que la última vez había sido en 2006. Informada, la periodista, con velocidad le mostró una foto de 2010 en la que se los veía caminar por el Central Park. Andrés balbuceó algo relacionado a acompañar a alguien que la está pasando mal. “Es una cuestión que me incomoda a diario, no haber estado a la altura de lo que se espera de un miembro de la Casa Real”, respondió.

Enseguida Maitlin le recordó que la última vez que se había alojado en su casa Epstein ya había sido condenado: “¿En qué momento le pareció buena idea quedarse en la casa de una persona condenada por delitos sexuales?”. Andrés quiso convertir su debilidad en una virtud: “Me pareció algo honorable y apropiado en ese momento. Puedo haber estado influenciado por querer ser demasiado honorable”. A eso le siguió un silencio largo e incómodo. La periodista, con inteligencia, percibió que no era necesaria en esa instancia la repregunta. El Príncipe, en esos segundos de silencio, se transfiguró como si se hubiera dado cuenta del derrumbe inevitable de su figura.

El príncipe Andrés era íntimo amigo de Jeffrey Epstein: el financista se suicidó en la cárcel, después de haber sido condenado por el escándalo de su red de trata de personas y abuso sexual. (Foto: Reuters/Michel Euler/Pool-AP)
El príncipe Andrés era íntimo amigo de Jeffrey Epstein: el financista se suicidó en la cárcel, después de haber sido condenado por el escándalo de su red de trata de personas y abuso sexual. (Foto: Reuters/Michel Euler/Pool-AP)

En otro momento calificó la conducta de Epstein como inapropiada. Recibió la réplica veloz de la periodista: “¿Inapropiada? Era un agresor sexual”.

Virginia había declarado que le había llamado la atención lo profuso que transpiraba el Príncipe. También que le había dado un poco de asco. Bailaba mal y transpiraba demasiado. En la entrevista de la BBC, Andrés negó parte de esa afirmación: solo lo del sudor; si decía que bailaba bien corría el riesgo de que lo hicieron tirar unos pasos frente a cámara y el engaño hubiera sido develado.

Apeló a su pasado en Malvinas, trató de jugar la carta de la épica del veterano de guerra. Al mismo tiempo utilizó una coartada científica. Dijo que no era cierto porque en esa época él no podía transpirar como consecuencia de haber estado en Malvinas. Una condición médica llamada anhidrosis por -según sus palabras- “haber sufrido una sobredosis de adrenalina en la Guerra de Malvinas cuando me dispararon”.

La coartada no fue creída por casi nadie. Era una afección del pasado, que nunca había sido mencionada y que recién traía a la conversación cuando la joven lo describió empapado en transpiración. Pero hubo otro elemento que terminó de sacarle todo viso de veracidad a la defensa de Andrés: un diario dominical, tres días después, publicó una foto de Andrés, de la época en que se cometió el abuso inicial contra Virginia, mojado por el sudor copioso. El epígrafe de la foto se burlaba de Andrés: “Los príncipes no transpiran. Brillan”.

En algún otro momento de zozobra mediática Andrés intentó volver a recordar su pasado en el conflicto bélico del 82 a través de alguna publicación en las redes sociales y recibió repudio cercano a lo unánime.

Más allá de divorcios, rumores y algunas tapas inevitables de tabloides, el primer gran problema público de Andrés vinculado con hechos delictivos ocurrió en 2011. En el marco de las filtraciones de Wikileaks se lo acusó de hechos de corrupción, fraude y tráfico de influencias. Varios parlamentarios británicos solicitaron que se le quitaran sus poderes como agregado comercial. La Casa Real logró que las denuncias quedaran en nada.

En 2021, Virginia demandó a Andrés en los tribunales de Nueva York. Al tiempo hubo un acuerdo extrajudicial. Se cree que la mujer recibió varios millones de dólares (medios británicos afirman que fueron 12 millones). El pago salió de las arcas de la Corona: la Reina utilizó ese dinero para tapar los escándalos de su hijo.

Pocos días atrás también se reveló que Andrés le pidió a miembros de su custodia policial permanente que investigaran a Viriginia Giuffre, que le trajeran datos y descripciones de viejos errores de la joven, para poder acusarla (o extorsionarla) y contragolpear cuando se vieran amenazados por lo que sucediera en los tribunales.

Más malas noticias para Andrés: la justicia norteamericana reabrirá el caso en las próximas semanas.

Foto de archivo: la reina Isabel y el príncipe Andrés. (Foto: Reuters)
Foto de archivo: la reina Isabel y el príncipe Andrés. (Foto: Reuters)

El comunicado de Andrés de esta semana decía: “Hemos concluido que las continuas acusaciones contra mí, distraen del trabajo de Su Majestad y de la Familia Real. He decidido, como siempre, priorizar mi deber hacia mi familia y mi país. Mantengo mi decisión de hace cinco años de retirarme de la vida pública. Dejaré de usar los títulos y honores que se me han conferido. Como ya lo he dicho, niego de manera tajante las acusaciones en mi contra”.

Entre los títulos que debió resignar están el de Duque de York y su membresía en la Orden de la Jarretera, la orden de caballería de mayor rango y prestigio en Inglaterra y también la más antigua.

Unos años atrás, ya su madre, la Reina, ante las presiones, lo había obligado a renunciar a los grados militares, al uso del título de su alteza real y lo había dispensado de sus obligaciones públicas.

La pérdida reciente de Andrés de los honores y títulos no bastaron. El hermano de Virginia Giuffre no se conforma y le exigió al rey que también le saque el título de Príncipe.

Dicen que otro que no está de acuerdo con que Andrés mantenga el status real es su sobrino William. Fuentes cercanas a él, según medios ingleses, afirman que William está convencido de dejar fuera de su ceremonia de coronación a su tío Andrés.

Más allá de que estas pérdidas no dicen nada a gran parte del resto de los habitantes del mundo, para Andrés resultan dolorosas por la pérdida de status, pero en especial porque son eslabones nuevos en la cadena de desprestigio y humillaciones que se creó hace más de una década. Su figura está abollada y parece insalvable. Sólo le queda la reclusión en algún palacio y esquivar los momentos de alta exposición.

Se sabe que no aparece en las celebraciones navideñas de la Casa Real y que este ostracismo se extenderá al menos seis meses. Ya ha salido del foco antes y discretamente ha vuelto a aparecer hasta que lo golpeara un nuevo escándalo, una revelación inédita.

Esta vez parece que su rehabilitación pública será más difícil, casi imposible.

Fuente Tn