Una joven de 23 años fue asesinada por motochorros
Las calles de La Matanza volvieron a teñirse de sangre en la tarde del miércoles luego de que cuatro motochorros asesinaran a quemarropa a Esmeralda Bustamante, de 23 años, tras abrir fuego en un intento de robo. La víctima circulaba en moto junto con su hermana, Emilce Aldana Bustamante, de 24, una oficial de la Unidad Táctica de Operaciones Inmediatas (UTOI) de la Policía Bonaerense, quien fue herida por uno de los disparos y logró salvarse de milagro. El hecho ocurrió a la altura Carcarañá y Ruta 21 de la localidad de Laferrere, donde los trabajadores y vecinos de la zona denuncian que están librados a su suerte y que el próximo puede ser cualquiera.
“Esto es una boca de lobo, no podés andar por la calle ni salir de tu casa tranquilo. Yo todos los días tengo que buscar a mi mujer a la estación del tren y no sabes cómo podés terminar. Te preparás todo el tiempo para lo peor”, contó Ezequiel Benavidez, empleado del taller mecánico Escapes, ubicado a cincuenta metros del lugar del asesinato. Allí, en el momento del asalto, se encontraba el padre de las hermanas, quien las esperaba para que lo ayuden con un dinero en efectivo que necesitaba para completar el pago del arreglo de su auto.
“El muchacho trajo el auto para repararlo. Le pasamos un primer presupuesto, pero no le alcanzaba. Le mejoramos el presupuesto y como tampoco le alcanzaba, llamó por teléfono a una de las hijas para que le alcancen la parte restante del dinero y así poder hacer el arreglo. Entonces, empezamos a trabajar en la fosa con el auto hasta que en un momento se escuchan bocinazos y el hombre sale corriendo para la otra esquina. Nosotros salimos atrás con mi compañero del taller y ahí nos encontramos con una situación terrible y nos dimos cuenta de que era la hija”, relató.

Desde el portón del taller, que está a cuatro cuadras de la Estación María Eva Duarte del Tren Belgrano Sur y a poco más de un kilómetro del Estadio del Club Deportivo Laferrere, Ezequiel dice que las imágenes de las que fue testigo -y que se difundieron a través de los videos de las cámaras de seguridad- perduran inamovibles en su cabeza. “No me puedo olvidar del grito del padre diciendo que era su hija, eso no me lo olvidó más. Anoche me desperté a las 5 de la mañana con un trauma enorme y con mucho miedo”, respondió con crudeza en diálogo con LA NACION.

Luego de que los motochorros se fugaran sin sustraer ninguna pertenencia, un grupo de trabajadores de una fábrica de reciclado de plástico ubicada al frente de la escena del crimen también salió a socorrer a las víctimas. Como vieron en ese instante que cruzaba una ambulancia por la ruta 21, decidieron interceptarla en la desesperación y lograron que los paramédicos asistan a Emilia, quien sería trasladada con Emilce hasta la Clínica Catán, donde posteriormente fallecería a raíz del disparo que recibió en el pecho.
“Hicimos lo que creímos más correcto y urgente en ese momento. La chica, pobrecita, estaba como estaba y nadie paraba para ayudar. Los autos seguían circulando. La sociedad está muy mal, está todo roto. Y estos pibes salen a matar como perros de cacería, vienen de varias generaciones de familias destruidas y nadie hace nada para que cambie lo que está pasando. Realmente quedamos muy conmocionados e impactados”, lamentó uno de los recicladores, que prefirió reservar su nombre.
Como en diversas partes del conurbano, en la zona en la que asesinaron a Esmeralda Bustamante confluye un ecosistema de casas humildes, comercios y galpones industriales o talleres cercados por villas miserias y limitados a prestaciones públicas en estado de abandono, como garitas de colectivos al borde del derrumbe, calzadas carcomidas y luminaria rota. “A la noche acá no tenés una luz. En la estación tenés una parte que está todo a oscuras, los baños están clausurados, no se puede ni andar. La situación se pone peor cuando te metes por las calles laterales de la ruta 21. En la Da Vinci al fondo, como diez cuadras para atrás, hay un barrio lleno de delincuentes y casas tomadas por inmigrantes”, sostienen.
De acuerdo con el último relevamiento realizado por el Ministerio Público de la Provincia de Buenos Aires, en 2024 fueron asesinadas 848 personas en el territorio bonaerense. El 17,3 % de esas víctimas correspondió a asesinatos ocurridos en el partido de La Matanza. En dicho distrito, además, se registró una de las mayores tasas de homicidios de la provincia con 8,11 asesinatos por cada 100.000 habitantes. La causa, a su vez, quedó a cargo de la UFI N°3 de La Matanza bajo la carátula de homicidio y es investigada por el fiscal Federico Medone. Veinticuatro horas después del asesinato, aún no había detenidos.

“Este año ya le robaron a toda mi familia”
Gustavo Diaz es jardinero y vive del otro lado de la vía del tren, que bordea la larga extensión de la ruta 21. Años atrás, su vida tomó estado público luego de que se viralizara un dibujo que su hija le había dedicado con la frase “suerte papi” y su número de teléfono para que consiga trabajo. Contó que en 2025 le robaron a su esposa, a su hija y a su sobrino. “Prácticamente, le robaron a toda mi familia. A mi hija le sacaron el teléfono la semana pasada y mi señora se bajó del tren hace unos días y le arrebataron el celular y la cartera”, expresó.
En cuanto a su sobrino, además de robarle, le dieron una golpiza. “Fue en plena luz del día. Se bajó del colectivo como todos los días después de trabajar y lo siguieron como cuatro pibes que lo arrebataron, lo patearon todo y le sacaron el celular, la mochila, todo”, agregó en diálogo con LA NACION. Estaba en la zona del crimen porque es amigo de los trabajadores de la fábrica de reciclado de plástico que buscaron salvarle la vida a Esmeralda Bustamente.
Para mitigar los impactos de la inseguridad, los trabajadores de a pie de los puntos más calientes de La Matanza enumeran múltiples estrategias en un clima de resignación imperante. En el caso de Díaz, que también se desempeña como repartidor de mercadería y hace envíos, aseveró que cuando trabaja a la madrugada solo usa una moto vieja y de poco valor ya que las chances de que le roben aumentan. “Salgo a la calle con una moto viejita, que cuesta menos. Entonces, prefiero que me roben esa y no la que uso de día, que es casi nueva”, reconoció. Y añadió: “Somos una sociedad que está en decadencia, venimos en picada y cada vez hay más gente que está peor y se dedica a hacer cosas malas”, argumenta.
Por el miedo a los robos, por otro lado, aseguró que cada vez le sale menos trabajo o changas para la jardinería. “Antes tocaba el timbre o aplaudía en la puerta y el vecino me abría la casa para cortarle el pasto, ahora no. Ahora llamo y la gente tiene cuidado y te dice ‘no, cortarme solamente acá’, ‘hasta acá no más’ o si es una señora te dice ‘no está mi marido’. Entonces, se te cierran las puertas cada vez más para laburar”, explicó.
Graciela es dueña de la despensa ubicada a la vuelta de la escena del crimen. Es de Rafael Castillo y alquila. “Es moneda corriente esto en La Matanza. Salimos y no sabemos si volvemos”, dijo. Los testimonios en la zona expusieron el temor de los vecinos por la permanente compañía de la inseguridad.
Por Manuel Casado
Fuente Lanacion