Solo,
con mi esqueleto,
mi sombra,
mis arterias,
como un sapo en  su cueva,
asomado al verano,
entre miles de insectos
que  saltan,
retroceden,
se atropellan,
fallecen;
en una delirante  actividad sin rumbo,
inútil,
arbitraria,
febril,
idéntica a la  fiebre
que sufren las ciudades.
Solo,
con la ventana
abierta a las  estrellas,
entre árboles y muebles que ignoran mi existencia,
sin deseos  de irme,
ni ganas de quedarme
a vivir otras noches,
aquí,
o en otra  parte,
con el mismo esqueleto,
y las mismas arterias,
como un sapo en  su cueva
circundado de insectos.
Oliverio Girondo


