Epicuro

Epicuro (en griego, Ἐπίκουρος Epikouros, «aliado» o «camarada»), también conocido como Epicuro de Samos, (341 a. C., nació en Samos, y falleció en Atenas en 271/270 a. C.) fue un filósofo griego, fundador de la escuela que lleva su nombre (epicureísmo).

Los aspectos más destacados de su doctrina son el hedonismo racional y el atomismo. Influido por Demócrito, Aristipo, Pirrón, y posiblemente Aristóteles y los cínicos, se volvió contra el platonismo y estableció su propia escuela en Atenas, conocida como el «Jardín» (kêpos; hortus), donde permitió la entrada de mujeres, prostitutas y esclavos a la escuela. Se dice que escribió más de 300 obras sobre diversos temas, pero la gran mayoría de estos escritos se han perdido. Sólo tres cartas escritas por él, la Carta a Heródoto, Pítocles y Meneceo; y dos colecciones de citas, las Máximas capitales y las Sentencias Vaticanas, han sobrevivido intactas.
Como Aristóteles, Epicuro era un empirista, lo que significa que creía que los sentidos son la única fuente confiable de conocimiento sobre el mundo. Las experiencias sensoriales repetidas se pueden utilizar para formar conceptos (prolepsis) sobre el mundo que pueden proporcionar la base para la filosofía. Derivó gran parte de su física y cosmología del filósofo atomista Demócrito. Enseñó que el universo es infinito y eterno, donde toda la materia está formada por diminutas partículas invisibles llamadas átomos. Se manifestó en contra del destino, la necesidad y el recurrente sentido griego de fatalismo. La naturaleza, según Epicuro, está regida por la necesidad y el azar, entendiendo este como ausencia de causalidad debido a la desviación (parénklisis) producida por la caída de los átomos en el vacío, permitiendo así que los humanos posean libre albedrío como fundamento de la ética en un universo determinista.
Para Epicuro, el propósito de la filosofía era la búsqueda de la felicidad (eudaimonia), caracterizada por la ausencia de turbación en el alma (ataraxia) y de dolor en el cuerpo (aponía). Su ética hedonista considera procurar el placer y evitar el dolor el propósito de la vida humana; siempre de una manera racional para evitar los excesos, pues estos provocan un sufrimiento posterior. Los placeres del espíritu son superiores a los del cuerpo, y ambos deben satisfacerse con inteligencia, procurando llegar a un estado de bienestar corporal y espiritual. Criticaba tanto el desenfreno como la renuncia a los placeres de la carne, y argüía que debería buscarse un término medio y que los goces carnales deberían satisfacerse, siempre y cuando no conllevaran un dolor en el futuro. Manifestó que los mitos religiosos son falsedades que amargan la vida y que no se debe temer a los dioses porque no se preocupaban por nuestras vicisitudes. Abogó por una filosofía de vida sencilla y autosuficiente rodeada de amigos.
Otro aporte importante de Epicuro fue su filosofía respecto a la muerte, y complementando su pensamiento sobre la felicidad, Epicuro buscó reducir el miedo respecto a esta, y ayudar al encuentro de nuestra felicidad. Su pensamiento consistía en que no hay que temerle a la muerte, ya que esta consiste en la falta de sensación, por lo que no tiene sentido espantarnos por algo que nunca vamos a sentir. A su vez, explicó que mientras existimos, la muerte no estará presente, y cuando esté presente, nosotros no existiremos, lo que significa que jamás estaremos en una relación directa con nuestra muerte, concluyendo así con la idea de que no hay que temerle a algo que no estará presente mientras existamos en este mundo.
Aunque la mayor parte de su obra se ha perdido, conocemos bien sus enseñanzas a través de la obra De rerum natura, del poeta latino Lucrecio (un homenaje a Epicuro y una exposición amplia de sus ideas), así como a través de sus cartas recogidas por Diógenes Laercio y fragmentos rescatados por otros filósofos como Filodemo de Gadara, Diógenes de Enoanda, Sexto Empírico, Séneca y Cicerón. El epicureísmo alcanzó la cima de su popularidad durante los últimos años de la república romana. Se extinguió a finales de la antigüedad, sujeto a la hostilidad del cristianismo primitivo. A lo largo de la Edad Media, Epicuro fue recordado popularmente, aunque de manera inexacta, como un patrón de borrachos, prostitutas y glotones. Sus enseñanzas gradualmente se hicieron más conocidas en el siglo XV, pero no se volvieron aceptables hasta el siglo XVII con figuras como Walter Charleton y Robert Boyle. Su influencia creció considerablemente durante y después de la Ilustración, impactando profundamente las ideas de pensadores modernos como Pierre Gassendi, John Locke, Thomas Jefferson, Jeremy Bentham, Karl Marx y Michel Onfray.

Biografía
Familia
Epicuro, el segundo de los cuatro hijos de una familia pobre, nació en el año 341 a. C. en una de las islas Espóradas griegas, Samos, lugar en el que los atenienses habían establecido una cleruquía y en el que su padre, Neocles, un maestro de escuela a quien probablemente Epicuro ayudaba, se había asentado como colono gracias a una ayuda estatal. Heredó la ciudadanía ateniense de su padre, pese a haber nacido en Samos. Su madre, Queréstrata, era adivina. También tenía tres hermanos: Neocles, Chaeredemus y Aristóbulo.

Formación
Epicuro tuvo ya desde joven un gran espíritu crítico y un gran deseo de conocimientos. Apolodoro el Epicúreo en Vida de Epicuro dice que «llegó a la filosofía por haberse decepcionado de sus maestros, cuando no supieron explicarle la cuestión del Caos (χάους) de Hesíodo». Es probable que, al no querer aceptar exclusivamente las enseñanzas tradicionales de las escuelas, se dedicara a leer a distintos filósofos. Así, comenzó a estudiar filosofía a edad temprana y ya con catorce años fue alumno de un hombre llamado Pánfilo (discípulo de Platón), que vivía en la isla y de quien Epicuro aprendió las bases del idealismo platónico, que posteriormente consideraría un fraude y rechazaría en su filosofía.
En el año 323 a. C., con dieciocho años, marchó a Atenas para cumplir el servicio militar. Terminado este, regresó con su familia en el 321 a. C., aunque en esta ocasión lo hizo a la ciudad de Colofón. Allí se habían trasladado tras entrar en vigor el año anterior un decreto de amnistía política, gracias al cual los desterrados pudieron recuperar sus tierras en Samos; por tanto, los colonos como la familia de Epicuro, hubieron de abandonarlas.
En dicha ciudad permaneció durante una década, hasta el 311 a. C. Allí estudió con Nausífanes, un filósofo atomista discípulo de Demócrito y de Pirrón, con quien tuvo una relación decisiva en su formación, a pesar de que posteriormente Epicuro dirigió contra él duras críticas e improperios.

Magisterio
Tras esos años de formación, comenzó una etapa magisterial estableciendo en el año 311 a. C. su primera escuela de filosofía en la ciudad de Mitilene, en Lesbos. La oposición de Epicuro al platonismo, filosofía dominante en la educación superior, formó una gran parte de su pensamiento. Sin embargo, dicha escuela tuvo una corta duración, pues él tuvo que abandonarla debido a rivalidades con los aristotélicos de la ciudad. Aunque se desconocen los motivos exactos de dichas rivalidades, aquel enfrentamiento bien podría haber sido una de las primeras reacciones antiepicúrea, aunque se debe tener en cuenta que el carácter de juventud de Epicuro también podría distar de su posterior mansedumbre.
Posteriormente se estableció en Lámpsaco, donde permaneció durante cuatro años en los cuales tuvo gran actividad. Allí estableció nuevamente una escuela gracias a amigos influyentes y consiguió un círculo de discípulos y seguidores, entre los que se encontraban Idomeneo, Metrodoro, Leonteo y su mujer Temista, Colotes, Pitocles y Timócrates; posiblemente también en Lámpsaco conociera a Hermarco, quien le acabaría sucediendo al frente de la dirección del Jardín.

El Jardín
En el año 306 a. C., a los 35 años, regresó a Atenas, donde permanecería hasta su muerte, para fundar su escuela de filosofía. Compró una casa y un pequeño terreno en sus cercanías, a las afueras de Atenas, de camino al Pireo; allí fundó el Jardín, su escuela. El Jardín ofrecía un lugar tranquilo, alejado del bullicio de la urbe, en el que tenían lugar desde charlas y convivencias hasta comidas y celebraciones. Se trataba, pues, de un lugar más destinado al retiro intelectual de un grupo de amigos que de un lugar para la investigación científica y a la paideía superior, a diferencia de la Academia de Platón o el Liceo de Aristóteles. Séneca registra una inscripción en la puerta del Jardín en la epístola XXI de las Cartas a Lucilio: «Extraño, tu tiempo será agradable aquí. En este lugar el mayor bien es el placer».
Eran admitidas al Jardín personas de toda condición y clase, por lo que llegó a ser causa de escándalo. Incluía a personas respetables, pero igualmente a gentes de vida disoluta. También a mujeres como Temista, prostitutas heteras como Leontion y a esclavos como Mus y Fedrión, lo que en aquella época constituía un hecho inusual para una escuela filosófica.

Muerte
Fue maestro de la misma hasta su fallecimiento en el año 270 a. C., a la edad de 71 años. Epicuro nunca se casó y no tuvo hijos conocidos. Dejó la dirección de su escuela a Hermarco de Mitilene, quien afirmó que su maestro, después de verse atormentado por crueles dolores durante catorce días, sucumbió víctima de una retención de orina causada por el mal de la piedra. A pesar de sufrir un inmenso dolor, se dice que Epicuro se mantuvo alegre y continuó enseñando hasta el final. En su testamento, conservado por Diógenes Laercio, otorgó la libertad a cuatro de sus esclavos. En una carta de su lecho de muerte, Epicuro encomendó a los hijos de su difunto estudiante Metrodoro al cuidado de Idomeneo, quien se había casado con Batis, la hermana de Metrodoro.
Según Diskin Clay, el propio Epicuro estableció la costumbre de celebrar su cumpleaños anualmente con comidas comunes como heros ktistes («héroe fundador») del Jardín. Ordenó en su testamento fiestas conmemorativas anuales para sí mismo en la misma fecha (10 del mes de Gamelion). comunidades epicúreas continuaron esta tradición, refiriéndose a Epicuro como su «salvador» (soter) y celebrándolo como héroe. El culto al héroe de Epicuro puede haber operado como una religión civil del Jardín. Sin embargo, la clara evidencia de un culto al héroe epicúreo, así como el culto en sí, parece sepultado por el peso de la interpretación filosófica póstuma. En el 20 de cada mes era para los epicúreos Eikas, un día festivo en honor de su maestro y Metrodoro.

Obras
Según la obra Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres del antiguo doxógrafo griego, Diógenes Laercio, Epicuro dejó su muerte más de 300 manuscritos, incluyendo 37 tratados sobre física y numerosas obras sobre el amor, la justicia, los dioses y otros temas. Según Diógenes Laercio, las principales obras de Epicuro incluyen:

  • De la naturaleza (treinta y siete libros)
  • De los átomos y el vacío
  • Del amor
  • Epítome de los escritos contra los físicos
  • Dudas contra los megáricos
  • Sentecias selectas
  • De las sectas
  • De las plantas
  • Del fin
  • Del criterio o Canon
  • Queredemo o De los dioses
  • De la santidad o Hegesianax
  • De las vidas
  • De las obras justas
  • Neocles
  • A Temista
  • El Banquete (Simposio)
  • Euríloco
  • A Metrodoro
  • De la visión
  • Del ángulo del átomo
  • Del tacto
  • Del destino
  • Opiniones sobre las pasiones.
  • A Timócrates.
  • Pronósticos
  • Exhortaciones
  • De las imágenes mentales
  • De la fantasía
  • Aristóbulo
  • De la música
  • De la justicia y las otras virtudes
  • De los dones y la gracia
  • Polimedes
  • Timocrates (tres libros)
  • Metrodoro (cinco libros)
  • Antídoro (dos libros)
  • Opiniones sobre enfermedades, dirigidas a Mitres
  • Calístolas
  • Del reino
  • Anamenes

Epístolas
De todas ellas, solo se han conservado cuarenta máximas de contenido fundamentalmente ético y gnoseológico, las llamadas Máximas capitales (Kyriai Doxai); y tres cartas transcritas por Diógenes Laercio: la Carta a Heródoto (no el historiador), que trata sobre gnoseología y física; la Carta a Pítocles, referida a la cosmología, la astronomía y la meteorología; y la Carta a Meneceo, que aborda la ética. Además, se conserva el texto de las Sentencias vaticanas (Gnomologio Vaticano), descubierto y publicado en 1888 por Karl Wotke, y que contiene citas escogidas de Epicuro, incluyendo algunas que ya aparecían en las Máximas Capitales.
Algunos breves fragmentos se han recuperado por citas de otros autores, entre ellas el tratado Sobre la Naturaleza (Περὶ Φύσεως) del filósofo epicúreo Filodemo de Gadara desde la biblioteca calcinada en Herculano. De esta obra también se han conservado fragmentos en la biblioteca del epicúreo Pisón (tal vez de Lucio Calpurnio Pisón Cesonino). Gracias a otro epicúreo, Diógenes de Enoanda (mediados del siglo II d.c), que mandó a grabar una inscripción monumental en la ciudad licia de Enoanda se conservaron otros fragmentos incluyendo una carta de Epicuro a su madre. Las doctrinas de filosofía epicúrea también fueron conservadas por filósofos romanos, como el poeta epicúreo Lucrecio en De rerum natura y por Cicerón en De natura deorum y De finibus.
En 1887, el filólogo alemán Hermann Usener compiló en su obra Epicurea los fragmentos y testimonios conservados por los autores de la Antigüedad con un apartado crítico.

Filosofía
Mientras que para Platón y Aristóteles la filosofía es una búsqueda continua de la verdad y eI conocimiento de esta trae la rectitud en Ia conducta humana, para Epicuro la filosofía es el arte práctico de la vida que tiene como finalidad la curación del alma humana.
«Que nadie, por joven, tarde en filosofar, ni, por viejo, de filosofar se canse. Pues para nadie es demasiado pronto ni demasiado tarde en lo que atañe a la salud del alma. El que dice que aún no ha llegado la hora de filosofar o que ya pasó es semejante al que dice que la hora de la felicidad no viene o que ya no está presente»
Epicuro, Carta a Meneceo (X, 122)
Mientras que el estoicismo tuvo un largo desarrollo, las doctrinas epicúreas quedaron fijadas por su fundador. La filosofía de Epicuro consta de tres partes: la gnoseología o canónica (criteriología), que se ocupa de los criterios por los cuales llegamos a distinguir lo verdadero de lo falso; la física, que estudia la naturaleza; y la ética, que supone la culminación del sistema y a la que se subordinan las dos primeras partes.

Canónica
Epicuro escribió un tratado titulado Κανών, o Canon, en el que explicaba sus métodos de investigación y teoría del conocimiento. Esta obra se ha perdido, por lo que la epistemología epicúrea tuvo que reconstruirse a partir de fragmentos y citas de otros autores. La canónica no es el estudio de la lógica o dialéctica, sino la criteriología que nos ayuda a distinguir lo qué es verdadero y falso. Epicuro establece el conocimiento en el estudio de la naturaleza, un saber que considera útil y produce un disfrute en grado sumo. El propósito de todo conocimiento para Epicuro es ayudar a los humanos a alcanzar la ataraxia.
«[T]oda razón pende de los sentidos, y la verdad de éstos se confirma por la certidumbre de las sensaciones. Efectivamente, tanto subsiste en nosotros el ver y oír, como el sentir dolor. Así que las cosas inciertas se notan por los signos de las evidencias. Aun las operaciones del entendimiento (epinoiai) dimanan todas de los sentidos, ya por incidencia, ya por analogía, ya por semejanza y ya por complicación; contribuyendo también algo el raciocinio.»
Diógenes Laercio, Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres. X, Epicuro, 23.
Epicuro fue un materialista sensualista. El conocimiento se basa en las sensaciones, las cuales son siempre verídicas, pues tienen por fuente la realidad objetiva fuera de la conciencia del hombre e independientemente de ella. Criticó el escepticismo de Demócrito. Para Epicuro, es imposible vivir como un escéptico, ya que al dudar de todo, no se tendría ninguna razón para participar ninguna acción en absoluto. Además, afirmar no saber algo es un tipo conocimiento, lo que implica una contradicción. Debido a esto, Epicuro creía que la experiencia es la única fuente confiable de información sobre el mundo exterior y el escéptico no tendría derecho a usar conceptos como «conocimiento» y «verdad» ya que dichos conceptos se derivan de los sentidos, los cuales un escéptico duda.

Teoría de la percepción
Los sentidos recogen las imágenes (del griego: τύποι «týpoi») o simulacros (del griego: εἴδωλα «eídola»; y latín: simulacra) que desprenden los cuerpos. Estas eídola están formados por átomo muy sutiles y se transmiten como efluvios que penetran en el órgano sensorial y producen la impresión. Todas las sensaciones, como la vista, el olfato o el oído, se basaban en estas partículas. Si bien los átomos que se emitían no tenían las cualidades que los sentidos percibían, la manera en que se emitían provocaba que el observador experimentara esas sensaciones; por ejemplo, las partículas rojas no eran en sí mismas rojas sino que se emitían de una manera tal que hacían que el espectador experimentara el color rojo. Así, Epicuro establece que las percepciones sensibles son verdaderas y no nos engañan, puesto que corresponden a la realidad atómica inmediata.
«[D]esde el momento en que uno llega a cualquier punto de contradicción con la evidencia de los sentidos, será imposible poseer la perfecta tranquilidad y felicidad»
Epicuro, Carta a Pítocles (96)

Teoría del conocimiento
Como en Aristóteles, la epistemología de Epicuro es empirista. La sensación es la base de todo el conocimiento y se produce cuando las perfecciones que desprenden los cuerpos llegan hasta nuestros sentidos. Los sentidos son, en lugar de la idea platónica de la «razón», la única fuente confiable de información y conocimiento sobre el mundo, puesto que de lo que derivan están en correspondencia con esas mismas cosas, siendo necesario que lo que produce placer sea placentero y viceversa. Epicuro propuso tres criterios de verdad:
• Las sensaciones (aisthêsis), son el asiento de todo el conocimiento, y se origina cuando los átomos que desprenden los cuerpos llegan hasta nuestros sentidos.
• Las anticipaciones (prolepsis), son sensaciones que se graban en la memoria tras recibirlas numerosas veces y sirven para que predecir sensaciones futuras.
• Las afecciones (pathê): son percepciones de placer y dolor. Son análogos a las sensaciones en que son un medio de percepción, pero perciben nuestro estado interno en oposición a las cosas externas. Según Diógenes Laercio, los sentimientos son cómo determinamos nuestras acciones. Si algo es placentero, buscamos esa cosa, y si algo es doloroso, lo evitamos. La importancia de las afecciones radican en la influencia directa que tienen sobre la teoría ética del placer (hedoné).
Estos criterios formaron el método a través del cual los epicúreos pensaron que obtenemos conocimiento. Diógenes Laercio, menciona un cuarto criterio llamado «accesiones fantásticas de la mente» (phantastikai epibolai tês dianoias) como proyecciones imaginativas del entendimiento por las cuales podemos concebir o inferir la existencia de elementos sobre cosas que no podemos percibir directamente aunque éstos no sean captados por los sentidos, como los átomos y los dioses.
Todos esos aspectos, sin embargo, son solo los principios que rigen nuestro modo de conocer la realidad. El resultado de su aplicación nos lleva a concluir la concepción de la naturaleza que se detalla en la física, segunda parte de la filosofía epicúrea. Las sensaciones rigen la verdad de las proposiciones (y no al revés). El sabio «resuelve las cosas más importantes y difíciles con su propio juicio y reflexión». Por ello, la lógica (anteriormente denominada como dialéctica) queda arrinconada a un lado como «superflua».
Epicuro sostiene que el error surge cuando se forman juicios sobre las cosas (hypolepsis) antes de que pueden verificarse y corregirse a través de más información sensorial adicional. Por ejemplo, si alguien ve una torre desde lejos que parece ser redonda, y al acercarse a la torre ven que en realidad es cuadrada, se daría cuenta de que su juicio inicial era erróneo, y puede corregir su error. El observador comete el error al suponer que la imagen que recibe correctamente representa el remo y no ha sido distorsionada de alguna manera. Para no hacer juicios erróneos sobre cosas perceptibles y, en cambio, verificar el propio juicio, los epicúreos creían que era necesario obtener una «visión clara» (enargeia) de lo perceptible mediante un examen más detallado.

Teoría del lenguaje
Para Epicuro existe una relación entre el conocimiento y el lenguaje. Él sigue una teoría naturalista evolucionaria y gradual del lenguaje. Este no es un invento humano, sino producto del ambiente del hombre y su constitución física. El significado de una palabra es, por lo tanto, un significado «natural», pero este significado queda cubierto por los usos que los hombres le dan. Volver al primer significado es volver a las ideas preconcebidas, y así recurrir a la fuente del conocimiento humano (en oposición a la dialéctica).
«De lo cual [resulta que] al comienzo los nombres no se generaron por convención, sino que las naturalezas de los hombres, padeciendo pasiones particulares y aprehendiendo imágenes particulares según cada [uno de los] pueblos, emitieron de forma particular el aire dispuesto por cada una de las pasiones e imágenes, a fin de que llegara a existir la diferencia [de lenguas] según los lugares [de asiento] de los pueblos. Y luego las particularidades [de cada lengua] fueron establecidas en común según cada pueblo a fin de que las indicaciones resultaran menos ambiguas para [los hablantes] entre sí y se indicaran de modo más conciso.»
Epicuro, Carta a Heródoto (75-76)

Física
Como Demócrito, Epicuro fue un atomista. Según su física, toda la realidad está formada por dos elementos fundamentales: los átomos, materia indivisible con forma, extensión y peso; y el vacío, que no es sino el espacio en el cual se mueven esos átomos. Las doctrinas físicas de Epicuro se pueden resumir en la siguiente lista:

  • La materia es increable.
  • La materia es indestructible.
  • El universo está formado por cuerpos sólidos y vacío.
  • Los cuerpos sólidos son compuestos o simples.
  • La multitud de átomos es infinita.
  • El vacío es infinito en extensión.
  • Los átomos están siempre en movimiento.
  • La velocidad del movimiento atómico es uniforme.
  • El movimiento es lineal en el espacio, vibratorio en compuestos.
  • Los átomos son capaces de desviarse ligeramente en cualquier punto del espacio o del tiempo.
  • Los átomos se caracterizan por tres cualidades, peso, forma y tamaño.
  • El número de diferentes formas no es infinito, simplemente innumerable.

Los átomos y el vacío

Él escribió en su Carta a Heródoto que «que nada deviene a partir de lo no ente, pues todo devendría de todo»; indicando que todos los eventos tienen causas, independientemente de si esas causas son conocidas o no, ya que de lo contrario, no habría necesidad de semillas específicas para plantas y cualquier cosa podría generarse de cualquier forma de material, además que nunca se ha observado tales cosas. Del mismo modo, también escribe que nunca nada pasa a la nada, porque aquello en lo que se disiparían las cosas sería inexistente (ver: Principio de razón suficiente). Por lo tanto afirma que: «La totalidad de las cosas fue siempre como es en la actualidad y seguirá siendo la misma porque no hay nada en lo que pueda cambiar, en la medida en que no hay nada fuera de la totalidad que pueda interferir y efectuar un cambio». Como Demócrito antes que él, Epicuro enseñó que toda la materia está compuesta por partículas extremadamente diminutas llamadas «átomos» (en griego: ἄτομος; que significa «indivisible»). El «vacío» es el lugar donde no hay átomos que permite el movimiento de éstos. Si no hubiera vacío, «no tendrían los cuerpos dónde estar ni a través de qué moverse». A diferencia de Leucipo y Demócrito, Epicuro reconoció que para afirmar la existencia del vacío requiere negar que sea un «no ser». Postulando un principio de inercia, los átomos siempre se desplazan a través del vacío sin resistencia con igual rapidez, independientemente de su peso o forma. Para responder a las objeciones que dio Aristóteles contra Demócrito, Epicuro cree que la forma del átomo está constituida de «partes mínimas» física y teóricamente indivisibles. En respuesta a otra objeción de Aristóteles, Epicuro otorga a los átomos una tendencia innata a moverse «hacia abajo» por su propio peso en un universo infinito sin orientación global.
Epicuro y sus seguidores creían que los átomos y el vacío son infinitos y que, por tanto, el universo es ilimitado. Las distintas cosas que hay en el mundo son fruto de las distintas combinaciones de átomos. El ser humano, de la misma forma, no es sino un compuesto de átomos. Incluso el alma está formada por un tipo especial de átomos, más sutiles que los que forman el cuerpo. La forma en que Epicuro entendió la relación mente-cuerpo era íntegramente fisicalista. Debido a ello, cuando el cuerpo muere, el alma muere con él. Puede considerarse a Epicuro como uno de los primeros filósofos en proponer una teoría de la identidad en filosofía de la mente.

El azar y la libertad
La concepción atomista de Demócrito fue posteriormente criticada por Aristóteles al señalar que los átomos no podrían juntarse nunca si se moviesen solo verticalmente. Epicuro modificó la filosofía atomista en aspectos importantes, pues no acepta el determinismo que el atomismo conllevaba en su forma original. Por ello, introduce un elemento de azar en el movimiento de los átomos una desviación que ocurre en su caída en el vacío (en griego: parénklisis; en latín: clinamen). Esta reformulación es una de las innovaciones más importantes, pues el «viraje» de los átomos para Epicuro permite una desviación de la cadena de las causas y efectos contra el determinismo de Demócrito, para dejar espacio a la agencia autónoma, con lo que la libertad queda asegurada.
Epicuro fue el primero en afirmar el libre albedrío como resultado del indeterminismo fundamental en el movimiento de los átomos. Esto ha llevado a algunos filósofos a pensar que, para Epicuro, el libre albedrío fue causado directamente por la casualidad. En su De rerum natura, el poeta epicúreo Lucrecio parece sugerir esto en el pasaje más conocido sobre la posición de Epicuro. Probablemente Epicuro no asumió que podríamos responsabilizar moralmente nuestras acciones si son puramente aleatorias.
Parece que Epicuro necesitó más bien el viraje solo para romper las cadenas causales en algún punto antes de nuestras acciones voluntarias, para que nuestra voluntad pueda proceder a donde nos lleve el placer y justo a donde nuestra mente nos lleve. Aristóteles dijo que algunas cosas «dependen de nosotros» (eph’hemin). Epicuro estuvo de acuerdo y dijo que es a estas últimas cosas a las que naturalmente se unen la alabanza y la culpa.
«Pues ¿a quién estimas superior […]? Que se burla de aquello que algunos introducen como déspota de todo, el destino, diciendo él que algunas cosas surgen de la necesidad, otras del azar, y otras de nosotros mismos, pues ve que la necesidad es irresponsable, que el azar es inestable, mientras que lo que de nosotros depende no tiene otro amo, y que naturalmente le acompaña la censura o su contrario»
Epicuro, Carta a Meneceo (133-134)
Ambos pensadores han sido ridiculizados por la idea de un «libre albedrío» en movimientos atómicos aleatorios, pero se han propuesto una serie de interpretaciones al respecto. Susanne Bobzien argumenta que para Epicuro, las acciones están completamente determinadas por la disposición mental del agente y la responsabilidad moral surge si la persona no es forzada y es causalmente responsable de la acción. Por otro lado, Tim O’Keefe ha argumentado que Epicuro no eran libertario, sino compatibilista. Alternativamente, se ha propuesto que los epicúreos se preocupaban no de la libertad sino del control sobre nuestro desarrollo del carácter.

Cosmología
Con respecto a la totalidad de la realidad, Epicuro afirma que ésta, como los átomos que la forman, es eterna. No hay un origen a partir del caos o un momento inicial. El mundo es, por tanto, efecto de unas causas mecánicas, y no hay razón para postular ninguna teleología. Tal y como leemos en la Carta a Heródoto: «el universo fue siempre tal como es ahora y siempre será tal, pues no existe nada hacia lo cual cambiar». Los epicúreos creían que los eventos en el mundo natural pueden tener múltiples explicaciones (pleonachos tropos) que son igualmente posibles y probables.
«En efecto, si creemos que es posible que algo se genere de un cierto modo y en qué [casos es posible] permanecer al mismo tiempo imperturbable, reconociendo [sin embargo] que aquello se genera de múltiples modos, permaneceremos impertubables, como si supiéramos que se genera de un cierto modo.»
Epicuro, Carta a Heródoto (80-81)
Epicuro sostuvo que el tiempo es discontinuo como el movimiento. Al contrario que sus contemporáneos, creía que el universo era ilimitado con un número ilimitado de átomos y una cantidad infinita de vacío. Como resultado de esta creencia, Epicuro y sus seguidores creían que la Tierra no era el centro del cosmos y también que debe haber infinitos mundos dentro del universo. Se cree que sostuvo la forma plana de la Tierra, como hizo Demócrito, y que los cuerpos celestes eran tan pequeños como se observaban, a diferencia de Demócrito.

Ética
La ética, como ya se ha dicho, es la culminación del sistema filosófico de Epicuro: llevar a quien la estudia y practica a la felicidad. Puesto que la felicidad es el objetivo de todo ser humano, la filosofía interesa a cualquier persona, independientemente de sus características (edad, condición social, etc.). Al igual que Aristipo, la ética de Epicuro es una ética hedonista, donde lo placentero es moralmente bueno y lo doloroso es moralmente malo. Mientras Aristipo hizo del placer corporal la finalidad de la vida, Epicuro se centró en la calma y la tranquilidad basada en la autonomía o autarquía; la tranquilidad del ánimo del alma o ataraxia; y ausencia de dolor en el cuerpo o aponía.

El placer y la felicidad
Epicuro consideraba que la felicidad es el fin último de la vida y que consiste en vivir en continuo placer (hedoné), que definió como ausencia de dolor. Este punto de su doctrina ha sido a menudo objeto de malentendidos, calificándose tal teoría de vida como una «doctrina digna de los puercos», pues Epicuro no se refiriere a los placeres de los inmoderados, sino en hallarnos libres de sufrimientos del cuerpo y de turbación del alma.
«Y como es el bien primero y connatural, por eso no elegimos todo placer, sino que a veces omitimos muchos placeres, cuando de éstos se desprende para nosotros una molestia mayor; y consideramos muchos dolores preferibles a placeres, cuando se sigue para nosotros un placer mayor después de haber estado sometidos largo tiempo a tales dolores. Todo placer, pues, por tener una naturaleza apropiada [a la nuestra], es un bien; aunque no todo placer ha de ser elegido; así también todo dolor es un mal, pero no todo [dolor] ha de ser por naturaleza evitado siempre»
Epicuro, Carta a Meneceo (129)
Epicuro realizó una cuidadosa categorización de los placeres y dolores en virtud de los beneficios que producen. Primero, señaló la existencia de tres tipos de deseos:
«De los apetitos unos son naturales y necesarios; otros naturales y no necesarios, y otros ni naturales ni necesarios, sino movidos. Epicuro tiene por naturales y necesarios a los que disuelven las aflicciones, como el de la bebida en la sed; por naturales y no necesarios a los que sólo varían el deleite, mas no quitan la aflicción, como son las comidas espléndidas y suntuosas; y por no naturales ni necesarios tiene v.gr. a las coronas y erección de estatuas.»
Epicuro, Máximas capitales, XXIX
Diógenes Laercio señala que, a diferencia de los cirenaicos, Epicuro discernió entre los placeres de alma o en reposo (katastematikén) de los placeres del cuerpo o en movimiento (en kinései): la tranquilidad y la carencia del dolor son deleites estables; el gozo y el regocijo se ven en acto según el movimiento. Los placeres del cuerpo aunque considera que son los más importantes, en el fondo su propuesta es la renuncia de estos placeres. Los placeres del alma son superiores al placer del cuerpo, pues el corporal tiene vigencia en el momento presente pero es efímero y temporal, mientras que los del alma son más duraderos y pueden atenuar los dolores del cuerpo.
Epicuro dice que “todo placer es un bien en la medida en que tiene por compañera a la naturaleza”. Los placeres vanos no son buenos, porque a la larga acarrearán dolor y no solo son más difíciles de conseguir, sino además más fáciles de perder. Concluye como placeres fundamentales la ausencia de perturbación en el alma (ataraxía) y la ausencia de dolor físico (aponía), pues estos son placeres estables; en cambio, «la alegría (khára) y la fruición (euphrosíne) se miran conforme al movimiento en su actividad (katà kínesin energeía)».
También habla de la importancia de poseer una virtud para elegir y la estima en cuanto a los placeres que puede producir, pues es preferible «ser desafortunado razonando bien que afortunado razonando mal». Virtudes son tales como la sencillez, la moderación, la templanza, la alegría, etc. Para Epicuro, «las virtudes son connaturales con el vivir placentero y el vivir placentero es inseparable de ellas». La virtud más importante es la prudencia (phrónesis) porque nos permite el discernimiento de placeres que permiten acercarse a una vida feliz.
Epicuro también agradeció a la naturaleza «por haber hecho las cosas necesarias fáciles de adquirir, y las que son difíciles de adquirir, innecesarias». Epicuro vivió austeramente, comiendo una dieta simple de pan, queso, aceitunas y bebiendo una copa de vino ocasionalmente. Una vida plena privada, rodeada de amistades y de placeres moderados con el mínimo de dolores posibles y tranquilidad en el alma, brinda la felicidad.

Las cuatro curas

El Tetrafármaco tal como se encuentra en un papiro herculano hallado en la Villa de los Papiros.
Filodemo de Gadara destiló las primeras cuatro doctrinas de las Máximas capitales epicúreas recogidos en un papiro en Herculano llamadas como las «Cuatro Remedios» o el Tetrafármaco, las cuales son:
«No temas a los dioses, no temas a la muerte, el placer es fácil de obtener y el dolor es fácil de evitar.»
Tetrafármaco
La lucha contra los miedos que atenazan al ser humano es parte fundamental de la filosofía epicúrea. Argumentó que la mayor parte del sufrimiento que experimentan los seres humanos es causado por los temores irracionales a la muerte, la retribución divina y el castigo en el más allá. En su Carta a Meneceo, Epicuro explica que la gente busca riqueza y poder debido a estos temores, creyendo que tener prestigio o influencia política los salvará de la muerte. Sin embargo, sostiene que la muerte es el fin de la existencia, que las aterradoras historias de castigos en el más allá son supersticiones ridículas. Si bien Epicuro no era ateo, entendía que los dioses eran seres demasiado alejados de nosotros, los humanos, y no se preocupaban por nuestras vicisitudes, por lo que no tenía sentido temerles. Por el contrario, los dioses deberían ser un modelo de virtud y de excelencia a imitar, pues según el filósofo viven en armonía mutua.
En cuanto al temor a la muerte, lo consideraba un sin sentido, puesto que al morir, los átomos del alma se separan y como “todo bien y todo mal está en la sensación» y «la muerte es privación de sensación”, entonces «la muerte no es nada en relación a nosotros», pues mientras nosotros vivimos ella no ha llegado y cuando llegó ya no estamos. Luego, temer a la muerte en vida es absurdo porque «aquello cuya presencia no nos atribula, al esperarlo nos hace sufrir en vano». El poeta romano Lucrecio ofreció otro argumento en contra del temor a la muerte, llamado el «argumento de la simetría», en donde expone que no es temible padecer una inexistencia infinita en el futuro tras morir ya que no lo fue al padecer un inexistencia por un pasado infinito antes del nacimiento.
Finalmente, carece también de sentido temer a un futuro doloroso, puesto que: “ ni completamente no nuestro, a fin de que no lo esperemos con total certeza como si tuviera que ser, ni desesperemos de él como si no tuviera que ser en absoluto”. En contra del pesimismo ético, la teoría de Epicuro sostiene que los placeres naturales, que nos alejan del dolor, son fáciles de obtener y, en consecuencia, lo que causa dolor se puede alejar enfocándose en el placer.
«No se demora continuamente el dolor en la carne, sino que el más agudo perdura el mínimo tiempo, y el que sólo aventaja apenas lo placentero de la carne no persiste muchos días. Y las enfermedades muy duraderas ofrecen a la carne una mayor cantidad de placer que de dolor.»
Epicuro, Máximas capitales, IV
Diógenes de Enoanda, por su parte, ignora los Cuatro Remedios y en una inscripción que encargó en la plaza de Enoanda para promover la filosofía, argumenta que las tres raíces de todos los males son el miedo a los dioses, el miedo a la muerte, y los deseos sin fin o la incapacidad de entender los límites naturales de los deseos.

El amor y la amistad
Epicuro tenía una opinión dudosa sobre el placer del sexo y el matrimonio, se disputa si lo rechazaba o lo aceptaba en ciertos casos. Filodemo afirmó que los epicúreos no respetaban la fidelidad conyugal. En cambio, sostuvo que las amistades son esenciales para una vida feliz en lugar de vagas utopías políticas. Una de las Máximas capitales dice:
«La injusticia no es en sí misma un mal, sino por el temor ante la sospecha de que no pasará inadvertida a los establecidos como castigadores de tales actos.»
Epicuro, Máximas capitales, XXVII
La amistad epicúrea es una relación natural basada en un amor mutuo e indispensable para identidad personal, lo que revela al amigo epicúreo como otro yo. El tema de la amistad es un tema paradójico en Epicuro. Al igual que Aristóteles, Epicuro considera que el sabio es autosuficiente, que la autosuficiencia y la autarquía son un gran bien. El hombre sabio debe mantener su independencia y, sin embargo, considera Epicuro que la amistad no es para los sabios un medio simple sino un bien en sí mismo. Por otro lado Cicerón explica que el valor de la amistad epicúrea surge solo por el placer que produce. La posición académica respecto a la amistad epicúrea es el siguiente término medio:
«Toda amistad debe ser buscada por si misma, tiene sin embargo su origen en la utilidad.»
Epicuro, Sentencias Vaticanas,

Los animales y el vegetarianismo

En los fragmentos de sus obras recomendó una dieta a base de pan, agua, vino y queso, como él mismo hizo.
Los epicúreos tienen cierta tendencia a establecer continuidades entre animales y seres humanos. Epicuro criticó el antropocentrismo aristotélico, aunque no rechaza la primacía humana sobre los animales, y afirma que todos los seres vivos están dotados de sensibilidad y buscan placer como los hombres que tratan de evitar el dolor. A diferencia de los platónicos, su respeto por la vida animal se basa en motivos sensoriales y no puramente religiosos o filosóficos. Lo más probable es que fuera vegetariano. Al menos de acuerdo con el testimonio del platónico Porfirio, él instó a sus discípulos a respetar a los animales y a una dieta sin carne.
Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Epicuro