Adictos al dolor

Cómo se desarrolla el «YO» y cómo podemos llegar a ser adictos a quiénes somos neurológicamente, y en consecuencia, adictos a nuestras emociones?

Todos los recuerdos tienen asociado un componente emocional, en consecuencia, casi todos los pensamientos tienen una base emocional, y cuando los recordamos, también estamos asociando las emociones que quedaron almacenadas con ellos. Cuando recogemos recuerdos combinados, relacionados con personas, lugares, cosas, épocas y acontecimientos, cada uno con su propia asociación emocional, estamos encendiendo las redes neuronales independientes conectadas a cada uno de ellos. Una vez activado, ese esquema mental produce una plétora de químicos, tanto en el espacio sináptico como en el hipotálamo, ubicado en el mesencéfalo, que estimulan tanto al cerebro  como al resto del cuerpo. Cada pensamiento tiene su propia signatura química; el resultado es que el pensamiento se convierte en sensación, de hecho, cada pensamiento nuestro es una sensación. Hacemos esto constante e inconscientemente.

Así como estamos neurológicamente «instalados» en conexión con nuestro entorno y reaccionamos sobre la base de las redes neuronales más «instaladas» en el cerebro, somos también adictos a la oleada de químicos y emociones que producen nuestro cerebro y cuerpo en respuesta a estímulos del entorno, del cuerpo y de nuestros propios pensamientos.

¿Qué procesos se producen en el cerebro que dan lugar a respuestas químicas y a su liberación en el cuerpo?

¿Cómo afecta al cuerpo esta liberación de químicos?

Es importante entender que somos seres químicos, producto de nuestra bioquímica, desde el nivel de las células, donde tienen lugar millones y millones de reacciones y transacciones químicas mientras respiramos, hacemos la digestión, luchamos contra invasores, nos movemos, pensamos y sentimos; hasta nuestro estado de ánimo, acciones, creencias, percepciones sensoriales, emociones, e incluso hasta lo que experimentamos y aprendemos.

Cada vez que encendemos un pensamiento en nuestro cerebro, generamos químicos, los cuales producen sensaciones y otras reacciones en el cuerpo. El cuerpo se acostumbra al nivel de químicos que transitan por nuestro torrente sanguíneo rodean nuestras células y bañan al cerebro.

Todas las personas, lugares, cosas, épocas o acontecimientos que son constantes en nuestra vida, nos definirán por más tiempo como personalidad, debido a su exposición repetitiva. Nos conectamos neurológicamente a una asociación con cada uno de estos elementos, y el efecto es que se convierten en parte de nuestros procesos neuronales y reafirman quienes somos.

Entonces, qué sucede cuando decidimos que ya tuvimos suficiente y queremos dejar de pensar de cierta manera? ¿Qué pasa cuando por fin elegimos dejar de tener pensamientos y sentimientos de vergüenza, enojo u odio, al menos por un día? Esta elección, en verdad, no es distinta de la que hacemos cuando decidimos empezar una dieta, dejar de comer determinado alimento o tratar de detener un hábito, como fumar o beber. Tomar la decisión de no sentir más una sensación (ejemplo, vergüenza) requiere tanta intención y voluntad como hacer cualquier de estas acciones. Una vez que nuestra voluntad se involucra en la superación de nuestros pensamientos es como si hubiéramos despertado al cuerpo de su modorra y todavía no hubiera tomado el café de la mañana; en este caso, su dosis de vergüenza por ejemplo. Como resultado, el cuerpo empieza a  manifestar su desagrado al cerebro. El cuerpo entra en caos, como resultado de esta privación química y de su incapacidad de volver a su estado homeostático. No quiere recalibrarse, porque se acostumbró a la mayor cantidad de sitios receptores dedicados a la vergüenza.

Cuando voluntariamente cambiamos un estado emocional, reaccionaremos de la misma manera ante los mensajes fuertes y categóricos de nuestro cuerpo.  Quizás un día usted decide intelectualmente no seguir siendo una víctima. Empieza la jornada con grandes intenciones, pero al promediar el día, mientras conduce para ir hacer un trámite laboral, empieza a pensar en cómo su pareja hirió sus sentimientos el día anterior. También piensa en todas  las otras ocasiones durante los últimos 30 años en las que lo  hirió con sus acciones inconscientes. Ahora  empieza a sentirse mal, trata de componerse, pero una voz interior le dice que se olvide del compromiso original que ha asumido, porque «Tú nunca cambiarás, no eres lo suficientemente fuerte y, además, tu madre fue abusiva contigo cuando eras niña, por eso ahora eres como eres. No puedes cambiar, esas cicatrices son muy profundas».

¿Qué va hacer usted? Si responde a estos pensamientos, va camino a liberar una gran cantidad de químicos que reforzarán a la persona que usted siempre ha sido. Si detiene estos pensamientos automáticos, se sentirá muy incómoda por no ser su «yo pensante normal y habitual». Siguiendo con el instinto del patrón «re-conocido» encontrará  y generará razones para sentirse víctima, las creará automáticamente; por ejemplo; Se caerá en la entrada de su casa a la mañana, notará que alguien del trabajo decide pedir la misma semana que usted las vacaciones; cuando sale del supermercado, ve que alguien le ha chocado la puerta del auto y ha dejado un raspón. Es decir, ahora tiene más razones todavía para sentirse víctima. El cuerpo la está incitando a dar el primer paso para reafirmar su yo neuroquímico. Si decide responder al parloteo interno y actuar en consecuencia, regresará a un estado que parece más confortable. El nivel de comodidad familiar que hay en ser víctima es mayor que la incomodidad de ser víctima y también que la incomodidad de no serlo.

El cambio es incómodo

Si dejamos de tener los mismos pensamientos, sentimientos o reacciones, también dejamos de elaborar los mismos químicos y eso coloca al cuerpo en un estado de desequilibrio homeostático. Desde el punto de vista biológico, los valores químicos internos de la homeostasis inicialmente están regulados y controlados por lo que heredamos genéticamente como lo «normal» para nosotros. Los pensamientos y reacciones siguen manteniendo controlada nuestra química, de modo que seguimos siendo en esencia la misma persona, tanto física como cognitivamente. Por lo tanto, cuando se altera nuestro orden interno por un cambio en nuestra manera de pensar, no nos «sentimos» la misma persona.

Como resultado, nuestra identidad quiere volver a las sensaciones de lo familiar y el cuerpo trata de influir en el cerebro para que regrese al estado reconocible de ser, de modo que el cuerpo pueda recalibrarse con los sentimientos pasados. Nuestro cuerpo quiere identificarse con las asociaciones conocidas. Una vez que la «mente» del cuerpo nos dice que tomemos la decisión de volver a lo conocido, inevitablemente retornamos a la situación previa a que intentábamos cambiar y nos sentiremos aliviados.  Diremos del cambio de circunstancias que hemos intentado hacer. «Simplemente no me hacía sentir bien». En otras palabras, nuestra identidad, que se había sentido cómoda con la espiral de retroalimentación entre el cerebro y el cuerpo, se desequilibró desde el punto de vista químico y, por algunos momentos, en verdad nos sentimos muy incómodos. No nos gustó esa sensación, nos gusta cómo nos sentimos habitualmente, así que volvimos al conjunto de condiciones familiares de nuestra vida, y ahora «nos sentimos mucho mejor»…

Quiero dejar en claro que no tiene nada de malo elegir desde las sensaciones. Lo que debemos evaluar tiene que ver con el tipo de sensaciones que tenemos habitualmente y con la asiduidad con la que repetimos las mismas emociones. También aclarar que las emociones no son malas, son el producto final de todas las experiencias, buenas y malas, conocidas y desconocidas. Pero, si tenemos las mismas sensaciones todos los días, significa que no estamos viviendo nuevas experiencias. Seguro que hay experiencias en las que podemos involucrarnos que podrían producir nuevas emociones.

¿Cómo podemos cambiar nuestra química?

El lóbulo frontal es la entrada que debemos cruzar si decidimos romper el ciclo repetitivo de pensamiento y sentimiento, sentimiento y pensamiento. Si queremos liberarnos de la adicción química emocional que domina nuestra vida, debemos aprender a utilizar esta maravilla de nuestro desarrollo evolutivo que se llama lóbulo frontal.

La función primaria del lóbulo frontal: Determinación

Si tuviera que elegir sólo una palabra para describir el  lóbulo frontal, sería DETERMINACIÓN. El lóbulo frontal es la parte del cerebro que decide sobre la acción, regula la conducta, planea el futuro y es responsable de una resolución firme. Para decirlo de otro modo, cuando estamos verdaderamente determinados y tomamos la decisión consciente de actuar de un modo específico (cuando nos pusimos en la cabeza hacerlo), activamos el lóbulo frontal. Nuestra capacidad de enfocarnos y concentrarnos es también una función del lóbulo frontal, esto lleva a cabo nuestra intención de enfocar la atención en un pensamiento o una tarea, y evita que nuestra mente divague hacia otros pensamientos y estímulos. El lóbulo frontal es el que inhibe la conducta ocasional (mediante un proceso llamado control del impulso), para impedir que actuemos llevados por todos y cada uno de nuestros pensamientos, sin pensar en las consecuencias. Una de las razones por las cuales los adolescentes son tan impulsivos es que al lóbulo frontal le lleva tiempo desarrollarse en su totalidad.

El lóbulo frontal toma decisiones que apoyan nuestro deseo de un resultado en particular. Cuando empleamos esta parte del cerebro a su máxima capacidad, nuestra conducta coincide con nuestro propósito, y nuestras acciones concuerdan con nuestra determinación: nuestra mente y nuestro cuerpo son uno…

Tomar el CONTROL – El Lóbulo Frontal en PENSAMIENTO y ACCION

¿Qué poder? no lo puedo decir. Todo lo que sé es que existe, y que está disponible sólo cuando el hombre se encuentra en ese estado mental en que sabe exactamente que quiere y está completamente determinado a no rendirse hasta hallarlo. –Alexander Graham Bell

Malvina Mierez – Ricardo Labrone: Neuro-Entrenadores de Grupo Ciemec (@grupo.ciemec – @ciemec)