Supersticiones camperas

La superstición es parte del hombre de todas las latitudes, siendo las camperas más llamativas.

El hombre de campo vive con relativa tranquilidad su existencia diaria. Lejos está de la alineación de los tiempos escasos, de los ruidos ensordecedores, del apresuramiento cotidiano y de las tentaciones inteligentemente expuestas por los mercaderes de la sociedad de consumo. Su relación con el medio es mucho más intensa, más íntima si se quiere. Dispone de tiempo para observar la naturaleza, para conocer sus secretos, hasta para predecirla. Es por eso quizá que haya desarrollado una serie de técnicas para interpretar signos que cree le envía ésta, para su comprensión y convivencia. Así entonces, nuestro hombre de campo, al que llamo “gaucho”, interpreta señales que anuncian futuros acontecimientos.
Por ejemplo, para nuestro campesino las visitas tienen gran importancia. Recuérdese que él no pasa la mayor parte de su vida inmerso en grandes conglomeraciones. Generalmente tiene su casa distanciada de las de sus vecinos y su contacto más permanente es con su esposa, hijos y sus animales. De ahí que si un inocente teru teru pasa volando sobre su rancho gritando, un gallo caprichosamente canta parado frente a la puerta de entrada de la casa o un gato se “lava” (lame) la cara para él, es señal infalible de que alguien lo visitará. En algunas regiones el ocasional vuelo de un colibrí en las cercanías donde está mateando o compartiendo una charla, anuncia la llegada de visitantes. Esto generalmente produce júbilo, aunque no siempre las visitas son las deseadas. Si el visitante es bienvenido producirá gran júbilo, constituyéndose en un acontecimiento social, sin embargo, si es indeseada la presencia del recién llegado, las mujeres especialmente, a escondidas, suelen echar un poco de sal sobre el asiento de la silla que se ofrece al paseante para forzar su rápida partida.

La lluvia es para el hombre de campo vital. De ella dependen sus buenas cosechas y el buen desarrollo de su ganado. La sequía es uno de los males mayores que suele afrontar, junto a las plagas, aunque a éstas se las puede combatir. Por eso realiza ceremonias en soledad para producir aguaceros o escudriña el cielo, las plantas y el comportamiento de los animales para descubrir alguna señal que le indique la bendición de la lluvia. Entonces le causará alegría cuando observe que un toro se revuelca en la tierra como lo hacen los caballos (actitud poco frecuente) o cuando los potrillos, los corderos, los cabritos retozan más de lo habitual en el camino de regreso a los corrales, hecho que se produce todas las tardes. También cuando algunas nubes alivian el efecto implacable del sol, y las perdices silban fuera de los horarios habituales, entonces es seguro que vendrá agua. Claro que no siempre la lluvia es serena. Suele llegar la bendición del agua junto con truenos relámpagos y a veces de mortales rayos. Entonces mientras observa el avance de los nubarrones, clava un hacha en cruz en el patio, recitando oraciones católicas, pidiendo protección a Dios.

Quizá debido a la constante vida de sacrificios, a la indefensión ante los caprichos del clima, o exposición a los peligros de alimañas, el hombre de campo tenga una sensación fatalista de las cosas. Entonces le producirá un sentimiento de inquietud, cuando rompa un espejo o vuelque sal sin quererlo. He observado la preocupación de mujeres y rudos hombres cuando el gallo canta en los primeros tramos de la noche, cuando una gallina quiere imitar al gallo, o cuando una lechuza cruza volando raudamente sobre su casa emitiendo su clásico chistido. Es señal de desgracia también cuando algún ave acuática se posa en lugares donde no hay espejos de agua (viudas negras, biguás, pacaás, etc)

Enumerar las señales que el gaucho interpreta de las conductas de sus animales, del comportamiento climático, o de los animales salvajes, no tiene sentido práctico. Con los ejemplos dados queda expuesta una muestra de la conducta cultural de nuestro habitante rural.